El clamor de cáritas: «Vivimos en una sociedad vulnerable, anímicamente desasosegada y socialmente desgarrada»
El reciente informe FOESSA alerta sobre una fragmentación social sin precedentes en España. La clase media se reduce, la desigualdad crece y la exclusión se multiplica. Frente a esta realidad, urge un cambio de paradigma que sitúe en el centro la interdependencia, la ecodependencia y el cuidado, para que nadie quede atrás
Manuel Martín García
Defensor de la Ciudadanía de Granada
Sábado, 29 de noviembre 2025, 23:37
El informe FOESSA, elaborado por Cáritas y su fundación de estudios sociales, nos lanza una advertencia que no podemos ignorar: España atraviesa un proceso inédito ... de fragmentación social. La clase media se reduce y amplios sectores de la población se deslizan hacia la vulnerabilidad. No es una crisis pasajera, sino un cambio estructural que pone en riesgo la cohesión que durante décadas sostuvo nuestro proyecto de convivencia.
Durante mucho tiempo, la clase media fue el eje de la estabilidad social y democrática. Representaba la posibilidad de avanzar, de confiar en el esfuerzo y el mérito como motores del progreso. Hoy ese horizonte se desvanece para millones de personas. Más del 30% de los hogares españoles están en situación de exclusión o vulnerabilidad, y un 14% sufre exclusión severa. Son cifras que deberían estremecernos, porque detrás de cada porcentaje hay vidas concretas: familias que hacen malabares para llegar a fin de mes, jóvenes que encadenan contratos precarios, mayores que se sienten sobrantes en una sociedad que corre demasiado.
La desigualdad como fractura vital
La desigualdad ya no se mide solo en términos económicos. Se expresa también en oportunidades perdidas, precariedad laboral, salud mental deteriorada, brecha digital o soledad no deseada. La exclusión se vuelve más sutil, más invisible, pero no menos dolorosa.
En Granada lo vemos a diario. Desde la Oficina del Defensor de la Ciudadanía, donde tengo el privilegio de servir a la ciudadanía, atendemos cada año cientos de casos que reflejan esta realidad: vecinos que no pueden pagar el alquiler, familias atrapadas en trámites interminables, jóvenes sin expectativas o mayores que viven solos con pensiones insuficientes. No son estadísticas: son rostros, son nombres, son historias de lucha y dignidad que reclaman ser escuchadas.
Un modelo agotado
El informe de Cáritas va más allá del diagnóstico. Nos interpela como sociedad: no basta con paliar los síntomas de la desigualdad, hay que mirar de frente sus causas. Vivimos en un modelo que ha hecho de la competencia y el rendimiento sus pilares, que premia el éxito individual y margina a quien no puede seguir el ritmo. Un sistema que mide el progreso en términos de PIB, pero olvida el bienestar, la salud comunitaria o la calidad de los vínculos.
Durante años se nos dijo que crecer económicamente bastaría para que todos mejoraran. Sin embargo, ese crecimiento sin límites ha mostrado su reverso: precariedad, ansiedad y deterioro ambiental. Hemos confundido desarrollo con acumulación y libertad con desarraigo. El resultado es una sociedad cansada y polarizada.
Cáritas nos invita a un cambio radical de paradigma civilizatorio, una transformación que coloque en el centro tres palabras profundamente revolucionarias: interdependencia, ecodependencia y cuidado.
Interdependencia: nadie se salva solo
La interdependencia nos recuerda que somos seres vulnerables, tejidos unos en otros. El bienestar individual depende del bienestar colectivo. La pandemia nos lo mostró con crudeza: los cuidados, las redes vecinales y los servicios públicos fueron los que realmente nos sostuvieron. Sin embargo, corremos el riesgo de volver a la lógica del «sálvese quien pueda».
Reconocer nuestra interdependencia no es signo de debilidad, sino de madurez social. Es entender que no hay libertad posible sin igualdad de condiciones ni seguridad sin justicia. Cuando alguien queda al margen —por pobreza, enfermedad o edad— la sociedad entera se empobrece.
Ecodependencia: vivir dentro de los límites
La ecodependencia nos sitúa en nuestro lugar dentro del planeta. Somos parte de una red de vida de la que dependemos. Y sin embargo, nuestro modelo económico sigue actuando como si los recursos fueran infinitos. Las crisis climáticas y energéticas no son solo problemas ambientales: son nuevas formas de desigualdad, porque los más pobres son siempre los más expuestos. La ecodependencia nos llama a un cambio de rumbo que combine justicia social y justicia ambiental.
El cuidado como eje civilizatorio
Y el cuidado, quizás la palabra más revolucionaria de todas. Cuidar de los otros, del entorno y de nosotros mismos. El cuidado no es una tarea secundaria ni una responsabilidad femenina: es el núcleo que sostiene la vida. Una sociedad que no cuida se deshumaniza.
Necesitamos un pacto del cuidado que impregne las políticas públicas, la economía y la cultura. Cuidar los vínculos comunitarios, los servicios públicos, el tiempo de las personas y a quienes cuidan. Hacer del cuidado un valor político y colectivo, no solo íntimo.
Reconstruir lo común
Frente a la fragmentación, el reto no es solo económico, sino ético y cultural. Se trata de recuperar el sentido de comunidad, de reconstruir lo común. Las ciudades, como Granada, pueden y deben ser laboratorios de esa nueva convivencia. En nuestros barrios hay ejemplos de esperanza: redes vecinales, cooperativas, proyectos de economía social o asociaciones que acompañan y sostienen. Son semillas de un futuro más justo.
Desde la Defensoría de la Ciudadanía defendemos que la justicia social comienza en lo local. Cada decisión municipal, cada presupuesto y cada servicio puede acercarnos o alejarnos de una ciudad más equitativa. No basta con declarar derechos: hay que garantizar que se cumplan y lleguen a quienes más los necesitan.
Granada y la responsabilidad compartida
Granada tiene en su historia y en su diversidad las claves para ese cambio. Somos una ciudad de encuentros, de mezcla cultural y de resiliencia. En tiempos de incertidumbre, podemos convertirnos en ejemplo de convivencia y solidaridad. Pero para ello necesitamos reconocernos de nuevo como comunidad: asumir que el futuro de cada uno depende del futuro de todos.
El informe FOESSA nos recuerda que la cohesión social no se decreta, se construye día a día. Con políticas, sí, pero sobre todo con vínculos, empatía y compromiso cívico. Si somos capaces de poner la interdependencia, la ecodependencia y el cuidado en el centro de nuestra vida colectiva, estaremos dando un paso decisivo hacia una sociedad más justa, más humana y más habitable.
Granada, con su historia y su gente, tiene la oportunidad de ser ese faro. Ahora la pregunta es si estaremos a la altura del desafío.
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