Vivimos tiempos convulsos. No solo padecemos una guerra despiadada, sino que la palabra, ideada para transmitir verdades, se ha convertido, para muchos, en un medio ... de manipulación. El poder transformador de la palabra es enorme. Cuando los ilustrados franceses proclamaron el lema «igualdad, libertad y fraternidad», las multitudes estuvieron dispuestas a luchar y morir por conseguirlo. Dice Pedro Salinas, en su libro 'El defensor', que «las palabras tienen una doble potencia: una letal y otra vivificante, un poder de vida junto con otro poder de muerte, que van íntimamente unidos a la verdad y a la mentira que encierran». Por eso, la libertad del hombre llega cuando es capaz de discernir la palabra hueca (como decía Machado), de la auténtica. «Cuánta desgracia ha caído sobre la humanidad», dice Salinas, por el célebre lema hitleriano: «El nuevo orden», porque esas palabras tan atractivas las puso el teutón al servicio de la causa más siniestra».
Hoy, como entonces, los embaucadores de la palabra, la utilizan para fomentar el odio, la perversión, y la guerra. ¿Qué se esconde tras las expresiones de Putin, sino manipulación y mentira: «Operaciones militares» (y no guerra); «Se está defendiendo de la expansión del bloque de la OTAN» (frente al afán imperialista que pretende); y «quiere desnazificar Ucrania» (cuando está masacrando a este pueblo)? ¿Qué se escondía detrás de los discursos de Trump, sino el afán de manipular la palabra para imponer la ley del terror, y ahogar la libertad y los derechos humanos? Según el Washington Post, Trump hizo cerca de 300.000 comentarios falsos o engañosos en los cuatro años de mandato, muchos de ellos muy peligrosos, que tuvieron efectos reales en la población, y en los pilares democráticos del país.
Estos dos profesionales de la mentira crearon, a su vez, una red de seguidores, populistas y nacionalistas, que pretende subvertir las democracias liberales y crear nuevos sistemas de férreo control del Estado. El ejemplo más claro es la ultraderecha europea, que avanza peligrosamente. Recientemente, se reunieron en Madrid, Orbán, Le Pen, Morawiecki y Abascal, y, entre otras cosas, denunciaron la pretensión de la UE de convertirse en un 'mega-Estado ideologizado', y defendieron las Constituciones nacionales frente a los Tratados de la Unión.
En España, la ultraderecha ya gobierna en Castilla León. Allí, manipulando el lenguaje, habla de «inmigración ordenada», en una comunidad donde no entran inmigrantes; de «violencia familiar» para ocultar la violencia de género; del «pin parental», para controlar la escuela; de «ley de concordia», para eliminar la ley de memoria histórica… El nacionalismo español, cívico y constitucional, hasta ahora, se ha hecho excluyente, y ha vuelto a revivir la anti-España. En la manifestación del pasado 1 de mayo, en Cádiz, el lema utilizado por el sindicato de Vox, Solidaridad, fue 'Reconquistarlo todo', y la líder andaluza para las próximas elecciones afirma que «comienza la Toma», lo cual significa que quieren hacer tabla rasa de la sociedad democrática y de bienestar, que tenemos. España y Andalucía ni precisan ser 'reconquistados' ni 'tomados', sino seguir avanzando por la senda de la concordia, del bienestar y de la igualdad de su gente. No son bienvenidos los que quieren arrasar lo existente, y, menos aún, si vienen con la bandera del odio y del enfrentamiento.
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