A veces pienso que hemos tenido y que tenemos mala suerte los granadinos y no soy la única. Da la impresión de que las cosas ... buenas que nos ocurren son inferiores en número y duran menos que las malas. Aquello de «todo es posible en Granada», (título de aquella película mítica de José Luis Saez Heredia en la que buscaban petróleo en la alrededores de la Alhambra) parece trocarse en «todo es imposible en Granada», justo al revés.
Teníamos un equipo de fútbol que no nos daba más que irritaciones y llega Diego Martínez y en tres años consigue que sueñe con la gloria. Si ya sé que suena muy épico, pero es que el fútbol es así, una epopeya colectiva a cargo de un grupo de hombres adinerados, que se afanan en torno a un balón, como creo que dijo Tierno Galván (o a lo mejor fue otro). Pero ese inocente juego consigue convertirse en un símbolo de la vida social, una especie de espejo que refleja cómo somos.
En efecto, un entrenador sensato y con capacidad de liderazgo hizo maravillas en un club modesto que llegó a medirse y a ganarles a los más grandes y poderosos clubes. Llegamos a estar los primeros en la clasificación general, ganamos al todopoderoso Barça, nos medíamos con los grandes equipos europeos… todo eso en un tiempo sombrío, cargado de noticias oscuras y dolorosas y sin el aliento cercano y entusiasta de una afición que supo hacerles sentir a sus jugadores que estaba allí, a pesar de todo. Y a los que no somos aficionados nos ha llegado esa oleada de entusiasmo colectivo.
Seguramente los entendidos en las vicisitudes del fútbol a estas alturas sabrán a qué se debe la renuncia de un entrenador que ha demostrado que sabe dirigir, que tiene capacidad para entusiasmar y hacer que sus deportistas crean en sí mismos, venzan el miedo a fracasar y aprendan que hay otros horizontes más allá del dinero que ganan. Que existen valores morales, como la valentía, el compañerismo, la generosidad, la constancia, el no darse nunca por vencido, en fin… justo lo que más necesitamos en esta ciudad. No sabemos a ciencia cierta si más allá su agotamiento por haberse entregado apasionadamente a la tarea, hay otras razones, un poco más oscuras o por lo menos turbias, o intereses económicos que él mismo ha negado. Pienso que quizá ha seguido la recomendación de Baltasar Gracián en su 'Arte de la Prudencia' cuando aconseja «saber retirarse cuando se está ganando».
Haría falta que apareciera otro Diego Martínez para hacer algo parecido en tantos campos en los que Granada sigue perdiendo: la Escuela Andaluza de Salud Pública, una Feria del Libro como Dios manda, eventos de renombre internacional, dejándonos cada vez más desanimados… A cambio, presenciamos lo nunca visto en la política local (creíamos que lo habíamos visto ya todo, pero no) y sentimos vergüenza de asistir a los canjes de cromos, que es lo que de verdad les interesa, según ha informado IDEAL con pelos y señales. Ni una palabra sobre lo que pueda ser bueno para la ciudad, ni una frase de colaboración, de compartir metas y objetivos. Aquello parecía más una reunión de tahúres repartiendo cartas, encima marcadas.
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