Al maestro Pepe Ladrón de Guevara
Crónica granadinas ·
TICO medina
Sábado, 9 de marzo 2019, 23:35
Cuando le diagnosticaron que se le movían mucho las manos, se colocó para echarle sal al gazpacho y tan contento. Bendita sea la malafollá granadina. ... Por eso, esta página se la dedico con todo mi saber y hacer, por poco que me vaya quedando, al maestro don Pepe Ladrón de Guevara.
Fue el más grande de verdad, con su sombrerillo de indiano rico, tan sabio, tan hondo, tan jondo, tan nuestro. La última vez que lo vi iba servidor con el amigo Merino. Nos lo encontramos en aquel bar del 'pescao' bueno de la ribera de Almuñécar. Nos compramos un pañuelo de seda indio, pero falso, que era una belleza.
Aprovecho para hacer una acotación: por aquello de las sinergias, les recomiendo los productos que todas las semanas les ofrece nuestro periódico. Gloria bendita son los pañuelos. Y no para secarse las lagrimas, que hay que salir a la calle ya bien llorados, paisanos y paisanas, en este caso, paisanas y paisanos, que no saben lo contento que estoy como cronista-pregonero de que el presidente haya dicho que de «hecho, ya somos algo así como padres y madres de la inteligencia artificial».
«Lo único que puedo decirle, maestro, es que he aprendido mucho de usted»
Son las cosas que dicen los políticos. Madre mía... Y la inteligencia de verdad, que es la que de verdad nos sobra, presidente, ¿qué vamos a hacer con ella?
Me voy a la zambra, siempre tan femenina. Las estrellas desde arriba del Albacín, donde se ven más cerca que en cualquier otro lugar del mundo. Incluso pueden desatornillarse como aquellas bombillas de pellizco de nuestros tiempos niños.
Por cierto, maestro Pepe, que no quiero olvidar lo que se ha dicho de su señoría, porque fue senador. También cenador, y de los buenos, de cuando la noche valía más que el día. Han escrito de usted, además de Tito, colosal como siempre; Guadalupe 'el Semanero', al que hay que leer todos los domingos; Esteban, y, desde luego, nuestro don Rafael Guillén, con su gorrilla de marinero y náufrago a la vez.
Yo lo único que puedo decirle, maestro, es que he aprendido mucho de usted, del poeta, del coleccionista de historias que contaba de maravilla, del valiente y lunático como yo, que del mismo pozo bebido.
Seguimos en femenino, pues claro que sí, maestro. La Tarasca, a ver si no. Y la tortilla del Sacramente. Y a la Alcaicería. Y las cofradías, todas las de la Semana Santa granadina, que ya va siendo hora de declararlas patrimonio español, porque lo merecen.
Y más femenino, las campanas de Granada, las campiñas de Granada, las saetas de Granada, las rosquillas de Granada, esa Torre de la Vela, desde la que tantas veces (ahora ya puedo contarlo, cuando no tengo nadie que me lleve hasta allí arriba) quise lanzarme gritando: ¡¡¡Granaaaadaa!!! hasta que me faltase el resuello.
Y femenino plural y singular de nuestra cocina, ahora de tan enorme actualidad, esas habas con jamón de las que tanto escribo. Y esa Puerta del Sol. Y las plazas y las placetas. Y cualquiera de las cuatro esquinas de nuestro mapa.
Y la poesía fascinante, sencilla, inmensa, de nuestra doña Vivaldi.
Y doña Escolástica, la abuela de Federico, ahora tan traído y llevado, tan recordado, tan reescrito.
Las mujeres escritoras, tantas y tan buenas que no podría reunir en una sola página ni en un suplemento especial.
Toda la vida escribiendo, toda la vida queriendo, toda la vida guardando.
Las damas, las nunca domadas, y todas las sin nombre en lo que es la historia de los pipos, de las urgencias, de los aguantes, de Granada, ¡ay mi granada! Y las campesinas, las políticas, las historiadoras, como nuestra Antonina Rodrigo, que ya merecía ser académica, pero de la Academia Española.
Pintoras, novelistas de ayer, pero también las de una juventud casi insoportable. Ceramistas, como mi amiga la de Cogollos Vega, que va a ser una gloria nacional, entre otras razones, porque ya lo es en Rusia.
De todo hay
Las cocineras sin gorro ni medallones, que son las que de verdad, en la niebla de la cocina de toda la vida, conocen el secreto de todos los sabores de los que hoy presumimos.
Las enfermeras de Granada, que son las que más me aguantan del mundo, según palabras de enfermos míos muy cercanos.
Las guitarras de los Habichuela, las niñas de esta generación universitaria, nietas de aquellas de mi tiempo, cuando la calle Reyes Católicos tenía subida y bajada.
Femenino plural. Pues claro que sí. Granada, un suspiro, un amor y un dolor al mismo tiempo. Granada la mora, Granada la judía, Granada la cristiana, Granada la tartésica, la Granada íbera, la romana. Granada, calle de Elvira, donde habitan las manolas.
La Virgen de las Angustias, que es la madre herida dos veces, con el dolor del hijo quebrado en brazos.
La media granaína, claro, mis tres hermanillas...
Aprovecho para recordar a una mujer que habló mucho de las mujeres. Era lista como ella sola y estaba enamorada, como pude comprobar en mis días de La Habana, de una sargento de la escolta de Fidel Castro, cuando esperábamos a que nos llamara, ella decía: «El gallego primero, el comandante le espera».
Así fue y hoy vuelvo a contarlo. Una vez escribió, como si fuera su lema, una cosa que en Granada es mentira: «La mujer no nace, se hace». Aquí, las granaínas no solo nacen mujeres, sino que, además, se hacen mujeres mas tarde. El Día Internacional de la Mujer es todo los días. No es frivolidad machista, pero yo solo tengo una santa: Santa Escolástica Bendita. Pero no esperen que cuando palme suba a los altares. Menos mal que el Papa Francisco, acaba de decir, tras regresar de uno de sus heroícos viajes, que el infierno no existe. Menos mal... Y suspiro: ¡Granada, ay mi Granada¡
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