Maestro Morricone
De Buenas Letras ·
Cuando Sergio Leone preparaba la película 'Por un puñado de dólares' (1964), con la que pretendía renovar el 'western', no dudó en llamar a su amigo del colegio, Ennio Morriconejosé ignacio fernández dougnac
Granada
Miércoles, 22 de julio 2020, 23:52
Cuando Sergio Leone preparaba la película 'Por un puñado de dólares' (1964), con la que pretendía renovar el 'western', no dudó en llamar a su ... amigo del colegio, Ennio Morricone. Este ya se había estrenado en el género con 'Gringo' (1963), de Ricardo Blasco, una partitura que incluía la típica canción viril tan propia de la época. Lo que le brindaba Leone era algo muy diferente. Se trataba de fusionar música e imágenes, de tal manera que un elemento no pudiera prescindir del otro. Así surgieron las largas escenas de duelos, con esas morosas coreografías de pasos lentos, miradas y planos-detalle, al son de guitarra española, coros y trompeta. Morricone se alejaba del clásico sinfonismo hollywoodiense, establecido por Steiner, Tiomkin o Newman, creando un sonido tan insólito como popular. La gimbarda, la armónica, las percusiones o el célebre silbido de Alessandro Alenssandroni de 'La muerte tenía un precio' (1965), se elevaban a calidad de instrumentos solistas y sus melodías hoy están en la mente de todos nosotros.
A Morricone siempre le ha gustado innovar, sorprender. En 'Pajaritos y pajarracos', de Pasolini, (1966) crea una composición maravillosamente bufa en la que se cantan todos los títulos de crédito al comienzo de la película; o combina, en el 'western' 'Dos mulas y una mujer' (1970), la cadencia onomatopéyica de un rebuzno con unos coros angelicales que nos hablan de la tentación. Adelantándose al éxito de 'La misión' (1986), una sola palabra, 'Abolisson' ('Queimada', 1969), sirve para crear un himno sobrio y contundente a favor de la negritud, conformado principalmente por coros, teclado eléctrico y congas.
En tan prolija carrera hay de todo, piezas maravillosas y otras descaradamente comerciales, vanguardia y clasicismo, ruptura y continuidad. Con la partitura del 'Hamlet' (1990) de Zeffirelli compite, sin complejos, con las anteriores propuestas para el cine, las de Shostakovich y Walton; y para la serie televisiva 'Marco Polo' recrea, en uno de sus mejores trabajos, la música antigua veneciana.
El día de este mes de julio en el que leí la noticia de su fallecimiento sentí que se había averiado el viejo tocadiscos de las bandas sonoras de mi vida. Dejé a un lado la pantalla cinematográfica y busqué en el ordenador la 'Missa Papae Francisci' (2014). El 'Gloria' y el 'Sanctus' poseen un conmovedor aire triste, de réquiem. ¿A quién iban dirigidos realmente? Parece que por entonces se entreveía lo que el maestro, a manera de epitafio, dejó escrito en su carta de despedida: «Soy Ennio Morricone, he muerto». Y sin embargo la música, su música, pervive sin silencios ni olvido.
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