Mientras media España y medio gobierno sanchista podemita se entretiene con la 'docuserie' de Rociíto, este 4 de mayo se cita en Madrid una clave ... esencial de lo que podrá ser nuestro futuro: si una democracia liberal a pesar de que siga resistiendo el 15-M, o si una república bananera a imagen y semejanza de la izquierda reaccionaria y niñata que tan bien encarna Podemos, aunque algunos sigan votando al PSOE creyendo que el sanchismo es socialdemocracia felipista y no una versión con traje de la basura ideológica podemita.
Es cierto que estamos acostumbrados a escuchar proyecciones apocalípticas por parte de politólogos y demás palmeros encantados de haberse conocido sobre los momentos 'históricos' que llevamos viviendo desde que ellos vinieron a salvarnos; pero esta vez sí que nos encontramos con ese punto de inflexión que puede marcar el rumbo definitivo de un país que a pesar de encontrarse prácticamente en el abismo del acantilado de la ruina y la desintegración, aun conserva alguna posibilidad de salvarse a sí mismo. Hace unos días me encontré con la celebración de la figura de Adolfo Suárez por parte de este nuevo centrismo antipático que ha decidido ahora encarnar lo que queda de Ciudadanos. No sé si era la fecha de su muerte, de su nacimiento o de algún discurso 'histórico', pero la cuestión es que Arrimadas está muy lejos de lo que fue y representó Suárez. En muchas ocasiones se ha debatido si la Transición se podría haber llevado a cabo con esta clase política actual. Y, la respuesta, más allá de obvia –no solamente no, sino que habríamos acabado en otra guerra civil– deja lugar a otra reflexión: es que en aquel entonces no habría sido posible que personajes como Sánchez Caballero, Pablo Iglesias o Abascal de los Monasterios, fueran referentes políticos de ningún partido mínimamente aseado. No digo que entonces no hubiese imbéciles en la política, que los habría; pero el sentido de la responsabilidad, del significado de la democracia, y del respeto a lo que exigía el momento, impidieron que ningún mediocre sin escrúpulos, y no digamos ya descerebrados empeñados en sus obsesiones particulares, llevasen a la sociedad española a un clima de intolerancia, polarización y depresión económica sin precedentes.
Pero el 4 de mayo Madrid será la tumba, no sé si del antisanchismo, o del sanchismo podemita. Lejos de la euforia de las encuestas que parecen favorables a Ayuso, el nuevo poder de Madrid aun no se percibe claro. Una de las novedades de esta batalla histórica, es que la candidata del PP no tiene que luchar contra sus rivales políticos, como tradicionalmente, sino que tiene como principales enemigos a unos medios de comunicación que empezando por la SER, siguiendo por el País, y pasando por la Sexta, no tienen ninguna duda de que su misión más importante es la de destruir el Madrid que quiere seguir construyendo Ayuso. Todos los ataques abiertamente miserables, vergonzosos y cargados de medias verdades cuando no de mentiras completas, que ha sufrido la presidenta madrileña durante este año de pandemia, van a parecer un juego de infantes al lado de lo que viene. En esta nueva democracia bendecida por la izquierda niñata los medios de comunicación no sirven solamente para la tradicional propaganda, sino que deben pelear de manera suicida si hace falta para servir a los intereses del bien mayor que es 'la izquierda', aunque su propuesta sea un gulag social y un burka individual.
Apenas dos años pocos apostaban por Ayuso, más allá de los tradicionales lametraseros de partido que buscan colocación. Sin embargo, después de este año terrorífico de crisis vírica y económica, Isabel ha conseguido desarrollar la gestión del virus más equilibrada y ejemplar de toda Europa, sin ningún tipo de dudas. Ahora veremos si los votantes madrileños hacemos caso a nuestros propios ojos o ya la entente mediática-política del sanchismo ha cegado a una mayoría suficiente.
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