Madrid solo no es España, como la Puerta de Alcalá solo no es Madrid pero, aunque Madrid y España son mucho más, son la Puerta ... de Alcalá y Madrid. En los años setenta, mirábamos a esta ciudad como el símbolo del centralismo e ironizábamos con aquello que decía «De Madrid al cielo…», porque revindicábamos, en el caso de Andalucía, una relación entre las provincias de nuestra comunidad que superara aquellos radios que unían la capital de España con las capitales andaluzas y contribuyera, también geográficamente, a evidenciar nuestra entidad política y cultural.
Yo amo profundamente a Andalucía; viví todo el proceso de lucha por la autonomía andaluza, incluido algún mitin de Rafael Alberti con sus Coplas de Juan Panadero; pienso que esta comunidad tiene posibilidades económicas muy por encima de lo que han hecho los distintos Gobiernos de la Junta en cuarenta años y que la deuda histórica tendría que haberse saldado en su momento, como exigió insistentemente Izquierda Unida. También me reclamo del habla andaluza, del patrimonio cultural andaluz, de la Córdoba de Averroes y la Granada nazarí, de la Sierra Morena de Don Quijote, de la Constitución de Cádiz, de las minas y las tarantas de Linares y del 'Andaluces de Jaén' de Miguel Hernández, convertido en himno de la provincia. Sé que Andalucía es España -me gustaría más si fuera un Estado Federal- y, como decía al principio, Madrid también lo es pero, además, por razones históricas, políticas y administrativas, es una ciudad que nos acoge y nos pertenece y sus símbolos hermanan a personas de distinta condición y procedencia: Madrid es los fusilamientos del tres de mayo que pintó un aragonés, la casa de vecinos donde vivía Fortunata y los comercios en los que compraba Jacinta, perfectamente reflejados en las páginas de un novelista canario; la capital de la gloria, según un poeta gaditano, un punto en el mapa al que acudieron jóvenes solidarios de muchos países para formar las Brigadas Internacionales, la batalla del Jarama y la pancarta del 'No pasarán' contra el fascismo; la plaza de Santa Ana y García Loca en 'El hijo del aire' de una escritora linarense, el documental 'Libre te quiero' de un salmantino en la Puerta del Sol filmando las voces y los rostros del 15-M y el escenario de las Marchas por la Dignidad.
Con el deseo de volver a caminar por sus calles y plazas, veo y escucho las noticias de Madrid y, en los últimos tiempos -aunque podríamos remontarnos a más atrás-, me producen indignación y tristeza. Desde el inicio de la pandemia, la presidenta de la Comunidad no ha escatimado en poses -recordemos sus fotos emulando a una Dolorosa-, ni en cinismo, cuando desgraciadamente las cifras de personas enfermas y fallecidas en Madrid desmienten sus afirmaciones; su gobierno ha dado la espalda a quienes están sufriendo de forma más dramática las consecuencias de esta crisis; el espectáculo de las caceroladas en los barrios ricos, aparte de indignación y tristeza, produce sonrojo -la criada con la cacerola al lado de la señora y los pobres hurgando en contenedores de basura- y, al final, ha convocado elecciones para el cuatro de mayo, poniendo la institución que dirige al servicio de sus intereses electorales.
Estoy convencida de que el candidato de Unidas Podemos, la candidatura y el programa son una alternativa clara, creíble y necesaria para Madrid; espero que el sosiego de algunos no signifique mirar en la dirección equivocada y que se abra paso un gobierno de la izquierda, que no será el gobierno comunista que yo quisiera, donde habría libertad para todo menos para explotar a las personas, pero sí que avance en la igualdad e invierta en el sector público. Ese gobierno que, como saben en Madrid y sabemos en España, no puede ser el de Díaz Ayuso.
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