Lo que está por llegar
De nuestra responsabilidad personal y colectiva depende que nos situemos como espectadores o como actores de esa llegada y que anticipemos el futuro juntando nuestra fuerza.
El mes de noviembre empieza cada año con olor a cera y flores, recordando especialmente a los seres queridos que han muerto, con la tristeza ... de haberlos perdido y el consuelo de mantenerlos vivos en nuestra memoria. Conmemoramos el Día de los Santos y el Día de los Difuntos y creo que, cada año con más fuerza, la Fiesta de Halloween entra en nuestras casas y decora las calles de nuestras ciudades con todas las versiones de la calabaza iluminada en su interior y todos los motivos tenebrosos con los que crear un ambiente de misterio.
Pero no voy a hablar de los primeros días de noviembre; si acaso, del último domingo, el día en el que la Iglesia Católica sitúa el Adviento como un tiempo de preparación para la llegada del Mesías, aunque tampoco hablaré de la liturgia del Adviento, con los Salmos, las lecturas del profeta Isaías e incluso un poema de Gerardo Diego dedicado a la Virgen María, recuerdos todos de mi infancia y adolescencia. Simplemente, me voy a referir a la llegada, que es el significado de la palabra 'adventus' en latín, formada a partir del verbo 'venio' y la preposición latina 'ad' que indica dirección.
Estamos esperando la llegada de un tiempo nuevo y tenemos el deber moral de que ese tiempo no sea el mismo de antes, por más que ahora sintamos la tentación de creer que los días pasados fueron buenos, porque podíamos hacer cosas que ahora echamos de menos. Si queremos que sea un tiempo mejor, tenemos que imaginar esa llegada, vencer los obstáculos, preparar los caminos, preguntar y preguntarnos, sentirnos protagonistas y, para conseguirlo, hay dos factores fundamentales: por una parte, conjugar la primera persona del verbo en plural, porque ésa es la expresión más justa de la gente que pone en común su lucha y su trabajo y celebra las conquistas y, por otra, esperar de forma activa, es decir, acompasando el tiempo de la espera y actuando porque, como dice Flaubert, en la desesperación solo cabe esperar pero en la espera, podemos andar y, por lo tanto, anticiparnos a la llegada. Vivimos tiempos difíciles y nos duelen nuestros muertos, la distancia social y física de las personas, las pérdidas económicas, el cansancio de los profesionales de la salud y de otros sectores sin los cuales sería aún más duro seguir adelante, las condiciones en las que muchas personas hacen frente a sus problemas cada día: empleos precarios, infravivienda, exclusión social… Tenemos que ser conscientes de que estamos sufriendo las consecuencias de un modelo socioeconómico que perjudica a la gran mayoría con los recortes en Sanidad y Educación, en la privatización de los cuidados de las personas dependientes, con la desigualdad creciente que genera pobreza, con el crecimiento sin ecología… y poner unas bases sólidas para que no se repita en el futuro. Tampoco podemos preparar la llegada de ese tiempo nuevo escondiendo la cabeza debajo del ala, negando el problema o buscando un espacio confortable para esperar pasivamente y después salir a celebrarlo, como si la solución cayera del cielo.
Porque, ciertamente, más temprano o más tarde, llegará el tiempo nuevo en el que quiero pensar que habremos ganado la batalla a la enfermedad con una vacuna, pero también con unos servicios públicos de calidad, luchando contra el cambio climático, reconquistando derechos laborales, invirtiendo en investigación… De nuestra responsabilidad personal y colectiva depende que nos situemos como espectadores o como actores de esa llegada y que anticipemos el futuro juntando nuestra fuerza -también nuestros miedos, nuestro dolor, nuestros interrogantes, pues eso es la solidaridad, el amor y la ternura- y que lo hagamos activamente, con esperanza que es, según Cortázar, la forma que tiene la vida de defenderse. Del coronavirus, y de otros males.
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