Líbano desolado
Editorial ·
La verdadera solución del país pasa sobre todo por solventar el viejo conflicto regional, del que han desaparecido las expectativas de pazideal
Lunes, 10 de agosto 2020, 00:11
La tremenda explosión de una carga de cerca de 2.700 toneladas de nitrato de amonio, que se encontraba almacenada sin vigilancia tras haber sido ... abandonada por un barco en el puerto de Beirut desde hacía seis años, demuestra la descomposición del país, en que un tráfico tan peligroso pasa inadvertido. La explosión causó más de 150 muertos y más de 6.000 heridos, bastantes en situación crítica, dejando a unas 250.000 personas sin vivienda y unas pérdidas materiales de cerca de 3.000 millones de euros, según las autoridades municipales.
Los libaneses, hartos de vivir en una situación de crisis económica crónica en un marco de corrupción generalizada, que se ha sumado a la irrupción del coronavirus, se han indignado todavía más al ver la dejadez de sus autoridades, incapaces de gestionar una ciudad de modo que puedan prevenirse estos desastres aparentemente fortuitos. Por descontado, no han faltado quienes acusan directamente a los proiraníes de Hizbolá de la explosión, pero la negativa de esta milicia parece en esta ocasión bastante creíble. El Gobierno libanés ha efectuado ya numerosas detenciones de personas relacionadas con la imprudencia de haber mantenido semejante depósito.
En Líbano conviven 18 confesiones religiosas oficiales y, entre ellas, se reparten los cargos de más responsabilidad en una especie de sistema de cuotas aceptado en principio por todos ellos. El presidente, en este momento Michel Aoun, es cristiano maronita; el primer ministro, Hassan Diab, es musulmán suní; y el 'speaker' del Parlamento, Nabih Berri, es musulmán chií. El sistema fue inventado por Francia, «tradicional protectora de los cristianos de Oriente Medio», y en él se consagró la hegemonía cristiana, pese a lo ajustado del equilibrio con los musulmanes. El sistema funcionó relativamente en la tarea de reconstruir la convivencia entre suníes, chiíes, cristianos y drusos tras la encarnizada guerra civil en la que se enfrentaron unos a otros, y lo hizo hasta el asesinato de Rafiq Hariri en 2005. Desde entonces, el malestar social ha sido creciente, sin duda asociado al empeoramiento del problema sistémico entre palestinos e israelíes. La verdadera solución del caos libanés no pasa solamente por una renovación de la clase política, ni por la ayuda internacional que ayer se logró en una conferencia de donantes, sino sobre todo por la solución del viejo conflicto regional, del que han desaparecido las expectativas de paz.
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