Vuelve el Corpus esta noche. El último fue hace mucho tiempo. En otra década. Casi en otra vida. El Granada estaba en Primera. Aún vivían ... Maradona, Juan Marsé y el mejor 007 de siempre. El alcalde era Luis Salvador. Sí, hombre, el de Ciudadanos. ¿Ciuda… qué? ¿De verdad no se acuerdan de Salvador?
El Corpus nos castiga a su regreso con un calor de infierno. Volveremos a Almanjáyar, a la feria de los bárbaros, como la bautizó el Robinson de Mágina, y las noches se poblarán de reencuentros. El palito de ron, la sopa de maimones, la jarana, la noria, los columpios y el algodón de azúcar. También las perdises. Y al amanecer, la Tere con la tartana, que vende los bocadillos como le da la gana.
Vuelve el Corpus pero lo hace con una novedad que lo cambia todo. El Ayuntamiento ha decidido eliminar el albero y sustituirlo por un pavimento «más cómodo y amable». El uso que hacen alcaldes y concejales de algunos adjetivos raya en lo onírico. ¿Qué debe entenderse por un suelo cómodo y amable? Cómodo es un sofá, el asiento de un BMW o un cargo de senador, pero un suelo cómodo y amable… ¿acaso es un suelo donde, si tropiezas o resbalas, nunca te caes? ¿te acaricia, te besa y susurra tu nombre?
Dicen que el nuevo pavimento elimina las molestias del polvo, como si algún polvo pudiese molestar. El albero es consustancial a la feria, aunque solo sea por emular a la sevillana, la feria de todas las ferias y a la que todos aspiran les guste o no. Mis tiempos feriantes ya pasaron (o aún no han llegado) pero recuerdo las muchas veces que, en el rincón de una caseta, sentado en una silla de enea, con la mirada absorta en el albero, soñé despierto con estar pisando un ruedo esperando un Jandilla bravo y propicio. La música y las luces me sacaban pronto del espejismo pero el albero seguía ahí, recordándome que a veces se puede salir por la Puerta Grande sin cortar orejas. Después me acompañaba hasta el dormitorio y con él la feria, y a la mañana siguiente me hablaba a los pies de la cama. Si el negro de los mocasines apenas se distinguía significaba que la noche había sido completa y feraz. Si, por el contrario, solo quedaba albero en las suelas ahí estaba la evidencia de una noche malgastada.
Los zapatos eran la leyenda del mapa que explicaba lo ocurrido y hasta cubrían los olvidos de la memoria. Nada habrá ahora que interpretar en el calzado de un feriante. La obsesión por la asepsia de estos tiempos esterilizados ha fulminado la poesía que escribía el albero sobre nuestros pies. Me apiado ahora de aquel personaje de 'Chinatown' que nunca te preguntaba cómo te iba porque le bastaba con mirarte los zapatos. Lo lleva crudo.
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