Lenguas que suman, no restan
La Zaranda ·
Siempre he tenido el convencimiento de que cuantas más lenguas se conozcan y utilicen en la práctica, más riqueza cultural se atesoramanuel molina
Domingo, 8 de noviembre 2020, 00:26
Como filólogo me sitúo en el amor a las palabras, ya sean las de mi lengua materna, como las que provienen de otras. Siempre que ... he podido intenté aprender lenguas nuevas, por obligación (inglés), por placer (portugués o árabe), incluso 'muertas' como el latín o el 'griego'. Cada vez que me he acercado a una lengua he intentado imbuirme de la cultura que la propiciaba, en el convencimiento de que la expresión es un modo de cultura indeleble de una sociedad. Cuando fui mano de obra emigrante en Cataluña e intenté aprender y comprender su lengua, porque me parecía justo hablar como quien me acogía.
Siempre he tenido el convencimiento de que cuantas más lenguas se conozcan y utilicen en la práctica, más riqueza cultural se atesora. He admirado a quienes se manejaban en dos o tres idiomas. Siempre recuerdo una anécdota ocurrida hace años en Cazorla, en la terraza de una cafetería donde nos congregábamos un nutrido grupo de amigos, procedentes de Canadá, Holanda, Escocia o Inglaterra. Como en aquel famoso chiste del taxista neoyorkino y el español recién llegado hablándose en español de manera muy lenta y considerando que aquello era inglés, me descubrí en un momento determinado hablando con mi propia pareja en inglés. Pensé que aquella situación que fluía entre dos lenguas de manera natural era idílica, deseable; no había imposición, tan solo la simple necesidad de comunicarse, una especie de arcadia lingüística.
Sin embargo, el castellano, así lo llama la Constitución Española, vive dos situaciones polarizadas. Por un lado y como hace más de cuarenta años se anunciaba por parte de afamados filólogos e investigadores de la lengua, pese a ser una variedad hablada por unos quinientos ochenta millones de hablante su situación más 'incómoda', por llamarla de alguna manera la vive en su propio país, donde se utiliza como arma arrojadiza en variadas direcciones y se etiqueta con términos y acciones que no proceden, en el deseo de que sea una lengua ajena y no común, excluyente.
También tenemos el caso de EE UU, donde se pronostica que para el año dos mil sesenta uno de cada tres estadounidenses hable español. Pero lejos del ideal bilingüe que preconizan muchas asociaciones hispanas se está produciendo un fenómeno inverso, el rechazo del inglés. William Flores y Rina Benmayor en un interesante libro, ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense describen situaciones como la de un tendero de Georgia que analizando su clientela fue cambiando gradualmente los letreros de estantes y cartelería del inglés al castellano. Buscó alguien bilingüe para trabajar, pero no lo encontraba, o sabía inglés o español. Por cierto, creo que el comerciante era chino. En el fondo describe una sociedad monolingüe que recela del otro. Un apunte más, expresado por los autores, el alumnado hispano puede transitar por el sistema educativo estadounidense sin recurrir al inglés, el problema viene después de este, con el acceso al mercado laboral. Como ven el sentido común, a veces, se languidece.
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