El legado de Alfonso de Salas
Tribuna ·
Supongo que uno pensaba que él era una de esas personas capaces de negociar con la muerte. Resumir su vida en una palabra es fácil: Editorluis enríquez nistal
Martes, 24 de septiembre 2019, 23:25
Me siento a escribir dos horas después de la llamada de Gregorio Peña y aún no me lo creo. Supongo que uno pensaba que Alfonso ... de Salas era una de esas pocas personas capaces de negociar con la muerte. Como quien adelanta un cobro salvador que permite pagar las nóminas; como quien encuentra el inversor definitivo para poder lanzar un proyecto imposible; como quien convence a un director de comunicación del Ibex de que la noticia que Pedro Jota colgó en la portada de El Mundo ese día era lo mejor que podía pasar a su empresa. Alfonso paraba, templaba y mandaba (vaya si mandaba).
Resumir la vida de Alfonso en una palabra es fácil: Editor. Vivió a la sombra de su hermano Juan Tomás en el Grupo 16 en ese tiempo en que eran indómitos. Pero entre los hermanos había discrepancias en las jerarquías: a Juan Tomás le gustaba la 'biutiful'; a Alfonso, el periodismo. El propio Pedro Jota sacó a la luz ese choque de personalidades cuando decidió informar sobre el tabú de aquella época: la guerra sucia contra ETA y el terrorismo de Estado. Juan Tomás fue convenientemente advertido, trasladó la sugerencia de dejar de publicar y Pedro Jota decidió declinar. La consecuencia fue la habitual y el director se fue a la calle. Ser director y arriesgar tu puesto de trabajo por la información en la que crees es meritorio pero conlleva gloria y reconocimiento. Y como yo entiendo esa profesión, los directores se alimentan de ambas. Caso distinto es el del gestor de medios (lo que Alfonso era en aquel momento). Porque ser ejecutivo prestigioso, al abrigo de tu hermano y en la parte alta del organigrama del Grupo 16 y decidir romper con todo por tus convicciones respecto de una profesión que ni siquiera es la tuya, hace que esa noche te acuestes ejecutivo y te levantes Editor.
Siempre se dice que en la calle hace mucho frío. Y para protegerse, Alfonso sólo tenía su bien ganado carisma. Tiró de él y convenció a otras dos leyendas de que lo acompañaran en la aventura que pretendía iniciar. Juan González, la inteligencia aplicada, el control y el rigor; Balbino Fraga, el patrón de la publicidad, el hombre sin el que no podía haber proyecto. Esos cuatro, junto con algunos de los hombres de Pedro Jota que abandonaron Diario 16 con él, se lanzaron al mercado de capitales a conseguir lo suficiente para lanzar El Mundo. Para convencerlos sólo tenían un argumentario: vamos a hacer periodismo, vamos a publicar lo que muchos poderosos no quieren y vamos a hacer de eso un negocio. Y así, el 23 de octubre de 1989 vio la luz El Mundo.
Con Alfonso empezaron en aquel proyecto algunos profesionales sin los que no se puede entender al propio editor y su éxito. Allí estaban Antonio Fernández-Galiano, José Manuel Díez-Quintanilla, el brillantísimo Jaime Gutiérrez-Colomer, Alfonso Dehesa, Leonor González, Julio de Andrés, Pedro Alonso o Alejandro de Vicente, entre otros. Aquel proyecto era lo que los cuatro fundadores habían prometido. Pero faltaba músculo. Y Alfonso metió en la maleta su audacia y su capacidad de seducción y salió en busca de un socio. Y lo que encontró fueron dos compañeros de por vida: Cesare Romiti y Gianni D'Angelo. Ambos estaban al frente del grupo RCS y conectaban a la perfección con el discurso que Alfonso y Pedro Jota proponían. Este acuerdo ya nunca se rompería (en la actualidad Unidad Editorial es propiedad del grupo italiano) y dotaría a El Mundo de la solidez económica adecuada para liderar el periodismo de información propia y exclusiva (como diría Nathan Jessep, ¿lo hay de algún otro tipo?) en los años 90.
A Alfonso le tengo que agradecer mucho. Mi forma de entender esta profesión, este negocio, es su legado. Pero si me tengo que quedar con algo fuera de lo común, es la paciencia que siempre tuvo conmigo («Luis, tienes que intentar no enemistarme con todos nuestros socios y con todo el sector»). Quiero creer que en mi furia inmadura y arrogante él veía rasgos que le hacían sonreír porque se reconocía. Disfruté de trabajar a su lado desde 2000 hasta 2005, momento en el que los italianos se hacen con el control total del grupo y él deja la presidencia. Antes de la salida, tuvo un último gesto con el periodismo y con El Mundo. Tuvo que apartar su negociación para centrarse en la protección de Pedro Jota al frente del periódico ya que los italianos, por aquel entonces, estaban considerando su despido. Resulta que El Mundo era molesto para el Gobierno de Aznar o para algún poderoso empresario como antes lo fue para el Gobierno de González o los prebostes de la 'biutiful'. Un clásico. Con su salida termina El Mundo de Pradillo. Después las cosas fueron distintas.
Otra vez Alfonso en la calle. Otra vez el frío. Otra vez los mismos instintos. Otra vez la misma respuesta. El 28 de febrero de 2006 sale el primer número de El Economista, una aventura que inicia esta vez acompañado de Gregorio Peña, del eterno Juan González y de otro mito de nuestro sector al que se le debe tanto o más que a los fundadores en el proyecto de El Mundo: Máximo Garrido. «Hagamos periodismo en la prensa económica y hagamos de ello un negocio».
Diario 16 ya no está. El Mundo sigue. El Economista sigue. Alfonso se fue. Su obra no. Qué pocos nos van quedando.
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