Lágrimas de Boabdil sobre Granada
cARLOS ASENJO SEDANO
Viernes, 20 de diciembre 2019, 22:38
La leyenda, o quizá Historia, nos ha contado que Boabdil –que era sultán pero no rey–, después que hubo rendido y capitulado su reino de ... Granada ante los Reyes Católicos, exiliado camino de la costa, posiblemente en el paraje hasta hoy llamado El suspiro del moro, despidiéndose de la ciudad perdida y todavía vista desde la lejanía alta, su madre, la sultana Aixa, con dureza, le apostrofó: «¡Sí, llora como mujer lo que no has sabido defender como hombre...!»
La leyenda, seguramente más verídica aquí que la historia, parece ser debida a un obispo de Guadix, tal vez fray Antonio de Guevara, el autor de Reloj de príncipes', muy dado a versiones apócrifas, amén de ser uno de los favoritos del Emperador Carlos. En cualquier caso, leyenda o historia, el dicho se ha convertido en uno de los adornos más recurrentes en la historia de esta ciudad, por su carácter mágico –ya se sabe que todo es posible en Granada, según la sentencia anónima–, ya que la historia de las ciudades, tal como Granada, en el sentir popular y metafísico, trasciende los datos objetivos y más o menos reales, para transmutarse en la otra historia surgida de sus vivencias mágicas, quizá virtuales, esas que escapan a la investigación de los historiadores.
Desde ese punto de vista, tal vez virtual, cobra sentido el llanto de Boabdil, ya que si no es real merecía serlo, pues una ciudad como ésta no es susceptible de perderse, inclusive con su corona, sin que se le escapen al perdedor o perdedores un río de lágrimas.
Apostamos, pues, sobre la realidad de tales lágrimas y sobre la admonición, más bien despectiva, de la madre del sultán. Y aunque el espectáculo no sirviera, en principio, para recuperar la ciudad perdida, sí que ha servido para reforzar su magia que ya venía arrastrando de tiempo atrás, desde la música de su alcázar y los cantares de frontera, los del romancero.
Porque las lágrimas de Boabdil nos llevan a descubrir la magia de esta ciudad. Don Gregorio Marañón sostiene que España, para los europeos, es un país mágico, especialmente Andalucía, siempre montada sobre el mito. Ya en el siglo XVIII los personajes de la escritora inglesa Jane Austen soñaban con visitar Granada por participar del mito. Y la pléyade de visitantes franceses e ingleses con que el romanticismo inundó Granada lo hacían en busca de esa magia. El mito de Los cien mil hijos de san Luis presentando armas al traspasar Despeñaperros al contemplar Andalucía se debe a ese mito. Como la erección de la Alhambra y el Generalife sólo se conciben por arte de magia. O lo que es corrupción en el resto de España y allende, aquí, en Andalucía, con los ERE, sólo se concibe por arte de magia.
De ahí que, como toda magia, la ciudad esté ligada a las lágrimas de Boabdil, es decir, al mito del agua que es su misterio tanto musical como incorpóreo. Esa agua que cantó aquel poeta de Láujar, Francisco Villaespesa, en sus kasidas inolvidables de 'El alcázar de las perlas', tan melancólicas como nostálgicas. Porque, aunque sea virtualmente, esta ciudad siempre gime con la música del agua, de las lágrimas, esas que quieren alimentar, sin éxito, esos dos ríos famosos por su ausencia pero no por su mito, que al mejor enamorado de esta tierra, Ángel Ganivet, lo llevaron a inmolarse en sus entrañas.
Sí, es ésta una ciudad mágica, cuya tragedia envuelta en la leyenda está ligada al agua quizá lacrimosa; esa que Boabdil intentó saciar con sus lágrimas, ese agua que en balde añoran sus dos ríos, y que Boabdil derramó, o no, en vano. Quizá porque sólo fueron virtuales. Tal vez si hubieran sido verdaderas, como las de todos sus habitantes a lo largo del tiempo, esos dos ríos además de cauce, tuvieran caudal. Un caudal que ni aquellas lágrimas ni las otras de 'Las fuentes de Granada', de Villaespesa, han podido, han llorado traspasarla desde su magia a la realidad de los tiempos. Porque la magia sólo sirve para hacer poesía pero muy poco para fraguar la prosa. Y todo ello porque vivimos, estamos, sobre una ciudad etérea, mágica, ciudad de sueños y para soñar, lo que tal vez nos impida despertar a la realidad de un mundo que ha dejado atrás la poesía mágica de antaño, para entrarse en el prosaico vivir de una realidad sin aparente futuro...
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