Hasta una treintena de niños y niñas inocentes han sido víctimas de la venganza que han cobrado algunos monstruos contra sus ex parejas. Han aprovechado ... su situación privilegiada, muchas veces de fuerza física, otras de una planificación maquiavélica, de una frialdad terrorífica y han acabado cercenando la vida de pequeños que tenían la maravilla de poder vivir toda una vida por delante. Resulta imposible entender desde nuestra perspectiva, en el ámbito de lo que podríamos denominar lo común, qué mecanismo opera dentro de la mente de una persona que actúa así, con el mayor nivel de cinismo y la mencionada frialdad en sus actuaciones. Damos vueltas y vueltas al pensamiento para intentar entender algo inteligible, cómo alguien que no ha tenido un agravante o desgraciado motor de trastorno ha actuado desde el dominio de la racionalidad propia para causar el mayor daño posible.
A veces paseo por el parque donde un monstruo dijo haber perdido sus dos hijos pequeños, cuando en realidad los había matado y quemado antes. Me sobrecoge tan solo imaginar un instante la presencia de un ser tan maligno, como los paisajes donde un pequeño fue también vilmente eliminado y otro monstruo incluso participaba en su búsqueda después de haberlo asesinado. Un escalofrío me sobreviene de la incomprensión y del horror, el mismo que sentí al visitar por primera vez un campo de concentración en el que murieron miles de víctimas inocentes, una sensación donde se atisba el lado oscuro y el fracaso del ser humano, una acción desconocida entre los propios animales. Aunque la justicia opere, de ningún modo repara tanto dolor que ya será infinito para quiénes han sufrido una situación así, les acompañará toda la vida, una especie de condena inmerecida, como un Sísifo condenado a elevar día tras día una pena que nunca podrá superarse.
Y en tales situaciones donde todos de alguna manera sufrimos, nos encontramos la nueva manera para abrir heridas y echar vinagre en ellas. Si alguien muestra su dolor y solidaridad, que siempre será una infinitésima proporción de los más cercanos a la desgracia, encontramos en el basurero de las redes sociales a quienes quieren ejercer de altruistas y voluntarios policías de una desconocida moral y quieren fiscalizar sobre el hecho de que acompañe el dolor para su mitigación, para su alivio, para su extrañeza, un inocente dibujo, unas palabras fruto del propio desasosiego. Y nos encontramos con otro aspecto del lado oscuro, de lo peor del ser humano, la intolerancia, que intenta cercenar incluso el derecho al miedo que sentimos por un dolor que no podíamos ni imaginar, pero que es real y nos arrastra con el simple hecho de conocerlo hacia la desazón y la incomprensión. Como si escupiera Apolo en nuestra boca, así lo pretenden quienes quieren aquello que reclamaba una tirana Bernarda Alba, silencio, silencio, que aquí no ha pasado nada. Sí, ha pasado lo peor, un vengativo y cíclico Saturno ha devorado una vez más a sus propios hijos.
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