Milagro navideño
Justa Gómez Navajas
Viernes, 27 de diciembre 2024, 00:43
Ha vuelto a venir la Navidad haciéndonos ver que la vida es cíclica, que va y viene, que no se detiene. Hace semanas que luce ... el alumbrado extraordinario de estas fiestas. Llegan desperdigadas, como procedentes de otro siglo, tarjetas de Navidad con una letra que nos resulta reconocible. Es la misma de siempre y su llegada, cuando ya casi nadie las manda, nos demuestra que la amistad que las sustenta permanece, indiferente a la caída en desuso de los christmas y al paso del tiempo.
Despedimos un año que, como todos, trajo de todo y lo hacemos con la sensación de que la vida pasa cada vez más deprisa, que hace nada estábamos guardando el belén y el árbol de Navidad y ya están otra vez puestos en nuestra casa, adornándola. El año que acaba, como otros, nos deja pérdidas y ausencias. También ganancias, momentos alegres, ratos de risas y complicidad con personas afines. Y nos disponemos a empezar otro año con ilusión y siempre con la zozobra de no saber qué va a traernos, que nos deparará la ruleta de la vida, cómo lo acabaremos… La vida siempre es azar, pura contingencia, pero eso se hace más patente aún cuando acaba un año y empieza otro con una incertidumbre inevitable, en ese tránsito de campanadas, uvas y champán de la Nochevieja, aunque la medición del tiempo sea solo una convención y, al cabo, no seamos sino nosotros los que vamos pasando.
Proyectamos deseos en el nuevo año conscientes de que la vida seguirá transcurriendo más o menos igual y sabiendo que muchos propósitos no pasarán de serlo por falta de voluntad o de tiempo. Recibimos mensajes de felicitación. Con suerte, algunos no serán de los meramente reenviados y quienes nos los envían lo habrán hecho deseándonos lo mejor de corazón. Ante nosotros, al estrenar el año nuevo, tendremos 365 amaneceres por ver y un año entero para seguir empleándonos a fondo en esto de vivir, aun sin llegar a entender nunca la enfermedad ni el sufrimiento, ni la maldad ni la falta de escrúpulos de quienes se apoderan vilmente del dinero de todos. Un año para llenarlo de palabras sinceras, que salgan del alma y a otra lleguen, de detalles que alegren los días y ganen el pulso a la rutina. Un año para seguir disfrutando de lo que nos gusta, de ratos buenos y encuentros, de abrazos sentidos, de besos, de versos.
El tiempo irá avanzando, implacable, hacia delante, en su incesante cuenta atrás. El calendario nuevo se irá llenando de citas, de compromisos ineludibles, de tareas pendientes. Nos aguarda un año para seguir aprendiendo de la vida, la mejor maestra, y que requerirá de nosotros energía para afrontar cada uno de sus días y una buena dosis de esperanza, inasequible al desaliento, siempre siguiendo el ejemplo de nuestros mayores, que aguantaron estoicos los embates de la vida, sus reveses y sus golpes secos, resistiendo dignamente hasta el final de sus días. Nos espera un año para vivirlo sin pensar que es tarde, para seguir al pie del cañón de la vida, regando ilusiones a diario para que no se agosten y cuidando vínculos que nos ayuden a tenernos en pie si sobreviene el cansancio, si asoma la desidia, si sopla fuerte el viento del hastío. En este tiempo de Navidad, se recuerda que Dios se hizo hombre asumiendo nuestra grandiosa y, a la vez, limitada y maltrecha condición humana. Nos disponemos a vivir otra vez las fiestas navideñas, aunque, probablemente, poco se parezcan a las que la memoria nos recuerda. Hace tiempo que dejamos de escribir a los Reyes Magos, y, tal vez ya, algo desalentados por los años, poco esperamos. Pero, seguramente, haya algún detalle esta Navidad que nos llegue bien adentro, algo que nos haga sentir que hay razones para la esperanza, que nunca está todo perdido, que tiene sentido levantarse y abrir las ventanas a lo nuevo. Acaso sea eso lo que llaman «milagro navideño». Porque quizás no hay milagro mayor que seguir en pie, sobreponiéndose a sinsabores, viviendo. El milagro de –aun cargando a la espalda lo vivido y sabiendo cómo se las gasta la vida en ocasiones– seguir adelante creyendo que algo bueno está siempre por venir. Y que puede llegar –¿por qué no?– en el año que pronto empieza. Aquí estamos, un año más, para lo que venga. ¡Felices fiestas!
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