Descanso
Justa Gómez Navajas
Viernes, 1 de agosto 2025, 23:05
«Y vivir como si el tiempo nos debiese algo,
como si fuera nuestro,
exigiéndole al contado todo lo que nos pertenece». ... Karmelo C. Iribarren
«Quien no trabaja no sabe saborear las mieles del descanso», solía repetir mi padre. Decía haber leído esa frase en un libro de la escuela. Y es verdad que nunca se saborea tanto el descanso como cuando se ha trabajado a destajo. Es preciso descansar. Encontrar en el día siquiera un hueco para recuperar fuerzas porque vivir, a veces, cansa. En alemán existe la palabra 'lebensmüde', que, literalmente, significa «cansado de la vida». Porque, a menudo, abruman las preocupaciones y agota la impotencia de no poder cambiar la realidad, si duele, si escuece, si amarga. Cuando alguien nos pregunta cómo estamos, se suele decir eso de «ahí vamos, tirando», como si la vida fuera eso, un tirar, como se pueda, del carro pesado en el que en ocasiones se convierten los días, sobre todo cuando la enfermedad muestra sus despiadadas garras y la existencia su cara más descarnada.
Se anhela el descanso. Habría que buscar lo que serena y huir de lo que crispa, de todo lo que sea tóxico y nos quite fuerzas. Buscar, hasta encontrarlo, lo que oxigena, lo que llena el alma y la restaura, lo que la esponja y la ensancha, y dar de lado a lo que coarta y tensa, aliena y encorseta, a lo que nos frena y nos mina por dentro y no nos deja ser como somos de verdad.
Si algo debiera traer el verano, es tiempo libre y descanso. El tiempo es siempre un bien deseable y tenerlo es todo un lujo porque es limitado. La poeta alemana Elli Michler escribió el poema 'Te deseo tiempo' ('Ich wünsche dir Zeit'). Eso nos deseamos porque, aunque a veces nos creemos eternos, no lo somos. La arena en la clepsidra va cayendo sin detenerse. «Vivir entre las cosas, mientras que el tiempo pasa/─cada vez menos tiempo para las mismas cosas», que decía el poeta Rafael Juárez. Un día más vivido es también, y siempre, un día menos.
Hay gente que, en cuanto puede, se jubila, aunque pierdan algo de poder adquisitivo, para, aprovechando que aún tienen salud, hacer lo que, cuando estaban en activo, no pudieron. Y es que, mientras muchos ansían bienes materiales, otros solo quieren tiempo sin urgencias, horas lentas, sin prisas, para invertirlas en lo que más les gusta y les llena en esta vida. Tiempo para ser y sentir, para disfrutar de ver el día venir cuando despunta y del aire fresco del amanecer, para estar con quien se quiere, leer, salir, ir a sitios conocidos y descubrir otros nuevos, para seguir aprendiendo…
En la Biblia se lee «venid a mí los que estéis cansados y agobiados» (Mt.11, 28). Cada cual sabrá en quién o en qué encuentra sosiego y descanso. Que el verano sea un tiempo dichoso en el que aparcar ocupaciones obligadas. Volverá septiembre y se apretará la agenda de nuevo. Pero el verano debe servir para estirar los días largos y, a ser posible, emplearse a fondo en disfrutar de lo que nos da vida y de esas aficiones relegadas sin querer el resto del año. Ojalá tengamos tiempo suficiente como para no andar midiéndolo y mirando el reloj. Tiempo de calidad para vivir y no tener la sensación de que se está pasando la vida sin vivirla ni aprovecharla. A ser posible, hay que dedicar el verano a hacer lo que queremos, ya sea estar tranquilamente en nuestra casa, viajar… Que el verano pasa volando. Aunque las vacaciones ahora no se prolonguen tanto como las de la infancia, ojalá supongan, al menos, un cambio de ritmo, abandonando el frenético del resto del año, y podamos disponer sencillamente de tiempo, ese artículo de lujo que no puede fabricarse a discreción. Lo tenemos tasado y no sabemos cuánto nos queda. Por eso, es bueno vivirlo sin agobio ni ansiedad, pero conscientes de su valor y de que no se puede recuperar porque huye rápidamente –'tempus fugit'–. Se va y no vuelve y en vano iríamos, como Proust, en busca del tiempo perdido. Pero, mientras lo tenemos, es nuestro y el presente un regalo, no siempre suficientemente valorado. La vida, cuando se despereza, nos extiende cada mañana, al levantarnos, un folio para rellenarlo, un cheque en blanco para que a diario podamos cobrárnoslo. Mal haríamos en desperdiciarlo. Que la vida pasa deprisa, especialmente en verano, y el tiempo escapado es imposible recuperarlo. En invertirlo bien deberíamos empeñarnos siempre. También, sin duda, en este verano que tenemos entre manos. ¡Vamos!
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