No cabe en un día

Amor sienten los padres por sus hijos, estos por sus padres y el docente por sus alumnos. Pero febrero parece remitir a ese que, como se suele decir, hace sentir mariposas en el estómago. El que, a veces, se busca en redes sociales, en programas de la tele o en aplicaciones de móvil diseñadas para ello. Que se encuentre o no, depende del azar, de la química, de sabe Dios qué. Es casi un milagro eso de converger con otra persona, más o menos afín. Al amor no se le debe buscar para huir de la soledad y debe rechazarse si aprieta, si agobia, si encorseta, si quita libertad, si no ensancha la vida y le da más color y otra dimensión, si no impulsa a vivir con más ganas al saber que se cuenta con una compañía reconfortante, un apoyo, un asidero al que agarrarse si vienen mal dadas y la vida se vuelve empedrada o se enfanga. Ya lo dijo Lao Tsé: «Ser profundamente amado por alguien nos hace fuertes. Amar profundamente a alguien nos hace valientes». No es amor si no abre de par en par las ventanas del alma para que entre la vida, si se encierra en sí mismo, si aísla, si pesa, si no fluye y sale solo, si se enquista y no crece día a día.

Al llegar el 14 de febrero, habrá quien celebre la alegría de sentirse querido, pero el amor no es cosa de un día. Surge y se va fraguando y crece con los años y los cuidados; se forja al ritmo de los avatares de la vida, se nutre de experiencias compartidas. Probablemente, no haya un concepto más manipulado que el de amor, a menudo buscado como refugio, como «tapasoledades» o remedio para no afrontar la vida a solas, como venga, y tener así con quién acudir a actos sociales. Pero de nada sirve aparentar ante los ojos de otros. No vale el autoengaño. Si no hace crecer, si no llena de verdad por dentro, no es amor ni sirve de nada. No necesitamos a nadie para ser plenamente capaces y felices, ni somos «medias naranjas». No se queda para vestir santos quien no vincula su vida a otra persona ni quien no luce un anillo con unas iniciales o una fecha por dentro. No se necesitan documentos ni una rúbrica para reconocer el amor en los ojos que miran de otra manera, en ese querer siempre lo mejor para la otra persona y darse a ella sin cálculos ni estrategias, sin medias verdades ni caretas.

De tan grande que es, el amor no cabe en un solo día, sino que se extiende por todo el calendario, ocupando, una por una, todas sus hojas, acelerando el paso del tiempo, dándole vidilla a los días, acortando las horas. No cabe en un día, no, pero, como escribió Salinas en La voz a ti debida, «un momento de él,/de su tiempo infinito,/si nos toca en la frente/será la vida nuestra».

Como en la famosa canción de John Paul Young, «el amor está en el aire», susurra en el viento. Por eso, que lo celebre quien lo tenga. Y quien no, que agradezca a la vida la dicha de estar vivo, la valentía de encararla con el alma bien pertrechada de afectos, aunque ninguno en concreto. Que unos y otros celebren – celebremos – este febrero que presagia la primavera, que alarga los días, les infunde vida y nos esperanza. Que así sea. Y, si de querer se trata, que nada – nunca – nos detenga.