Tres buenas razones para volver al cine
Julio Grosso Mesa
Lunes, 1 de septiembre 2025, 23:24
Aún conservo la vieja costumbre de ir al cine. Si puedo, al menos una vez a la semana. Me gustan todas las salas. Las viejas ... y las nuevas. Los cines de invierno y los de verano. En el centro de la ciudad y en los centros comerciales. Tengo la suerte de tener en mi ciudad, Granada, dos salas a las que puedo ir andando desde casa y que programan todas las semanas un cine de gran calidad.
La primera de ellas es el mítico Cine Madrigal, fundado hace ahora 65 años por el fotógrafo Juan Torres-Molina. Desde hace décadas es la sala más veterana de la provincia. La única gran sala que ha sobrevivido de la «década dorada» de los 60, donde los granadinos podían elegir entre 15 cines diferentes sin salir de su ciudad.
Tras superar todas las crisis –la llegada de la televisión en color, el vídeo doméstico, los videoclubs, los multicines, el salto a la proyección digital, las plataformas, etc.– el Madrigal se ha especializado en películas de distribuidoras independientes, casi siempre procedentes de los grandes festivales internacionales. Su actual gerente y copropietario, Juan Torres, primogénito del fundador, ha demostrado una cinefilia a prueba de bombas y un trabajo incansable desde 1984. Una dedicación que fue reconocida por la Diputación con la «Granada Coronada». Y por el público granadino, que sigue acudiendo a la sala. En realidad, el Madrigal es nuestro «Cinema Paradiso» particular.
La otra sala que frecuento con asiduidad es el Cineclub Universitario UGR, dirigido con maestría y buen criterio por Juan de Dios Salas durante los últimos 30 años. Empecé asistiendo a las sesiones de los viernes en el Aula Magna de la Facultad de Ciencias, cuando proyectaba el otro Juan de Dios (Caballero), todavía en 35 milímetros. Era el año 1996 y recuerdo la última sesión del curso comiendo patatillas fritas y brindando con sidra El gaitero por el verano y volver a vernos en septiembre. Una buena costumbre que hoy sería difícil de realizar por razones burocráticas.
Gracias a Juan de Dios, el gran sabio del cine en Granada (con permiso de José Abad y don Francisco Guzmán), hemos disfrutado durante tres décadas de ciclos coherentes, bien ordenados y en versión original. Una gran selección de buenas películas, agrupadas por directores, géneros o países de procedencia. Además, de un programa formativo sobre el lenguaje audiovisual con los seminarios y talleres del Aula de cine «Eugenio Martín».
No debemos olvidar que el Cineclub Universitario, dependiente de La Madraza de la Universidad de Granada, fue el primero en incluir los Goyas granadinos en su programación, con ciclos dedicados a los maestros Chicho Ibáñez Serrador, José María Forqué y Carlos Saura y una serie de diálogos sobre cine español, desde febrero de 2024 al pasado 29 de enero, con la charla de otro sabio, el crítico Javier Ocaña. Todo un lujo para los estudiantes universitarios y, sobre todo, para los amantes del cine que llenan cada noche la Sala Máxima de la antigua Facultad de Medicina (ahora Espacio V Centenario).
Como decía al principio, aún conservo la vieja costumbre de ir al cine. Y en algunas ocasiones, llego, incluso, a ir dos veces a ver una misma película, sin esperar a que llegue a las plataformas. Esto me ha pasado en los últimos años con dos grandes directores: Víctor Erice con «Cerrar los ojos» y Wim Wenders con «Perfect Days».
Ahora me acaba de pasar con la segunda y hermosa película de Avelina Prat, «Una quinta portuguesa», sin duda, una de las recientes sorpresas del cine español. La vi por primera vez en el cine Avenida de Sevilla, huyendo del calor hispalense y atraído por la interesante ópera prima de su directora y, sobre todo, por el enorme talento del actor Manolo Solo, reconocido como secundario –«Tarde para la ira», «La isla mínima», «El buen patrón»– y redescubierto por Erice para un personaje principal.
Como ocurre en «Cerrar los ojos» y «Perfect Days», el protagonista que interpreta Solo es un personaje tranquilo, humano y entrañable, del que sin duda seríamos buenos amigos en la vida real. Y la película transcurre como su propia vida, de una forma rutinaria, llena de oportunos silencios y conversaciones sosegadas con la gran María de Medeiros, abrazando el lirismo de lo cotidiano y olvidando los inevitables pesares.
Avelina Prat fue arquitecta y luego trabajó como script en más de 30 películas. Y eso se nota. Desde la simetría de los encuadres hasta la construcción de un relato ordenado y preciso, trazado con escuadra y cartabón. Con una estructura sólida, entre el drama y el thriller, sostenida por un enorme trabajo actoral y rematada por la elegante fotografía de Santiago Racaj y la oportuna música de Vincent Barriere.
La primera vez salí del cine encantado por esta historia sencilla, sin estridencias, sobre las segundas oportunidades y la búsqueda de nuestro lugar en el mundo. Una fábula deliciosa, que desde su estreno en el Festival de Málaga y luego en las salas ha funcionado de boca en boca y ha superado los cien mil espectadores.
Ahora en Granada, he vuelto a salir de la sala con una sonrisa y una gran relajación. Pensando en lo realmente importante: la paz, la amistad, la naturaleza. «Una quinta portuguesa», junto al Cine Madrigal y el Cineclub Universitario, son tres buenas razones para volver al cine. Una vieja y agradable costumbre.
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