Mientras estaba en mis cosas, desentendido de ella, la televisión, iba a los suyo, en su inercia. Estaba ahí, como una compañía latente, pero en ... el fondo y sin ser conscientes de ello se nos vuelve imprescindible. No me molesté en apagarla y poner por ejemplo un disco de la música que me gusta. Luego soy de los que dicen que en la vida hay que ser consecuente y no debemos dejarnos llevar por la desidia de la comodidad insulsa. En un momento determinado presté atención a la pantalla. Emitía un capítulo de la serie americana de dibujos para jóvenes y adultos que aquí conocemos como Padre de familia, que relata las peripecias de los Griffin, con los padres, Peter y Lois a la cabeza. Peter contaba a su peculiarísima familia su personal relato de esa parte de la Historia Sagrada centrada en los prolegómenos del nacimiento de Jesús. Y describía los momentos desesperados de José y María buscando posada en una ciudad de Belén que por ninguna parte les da cobijo, hasta que un posadero, al romper aguas María les deja que se instalen en el pesebre. Como es lógico, el relato de la escena provoca una empatía familiar con los protagonistas de aquella trascendente historia donde, claro, hay una serie de conmovidos comentarios.
En las escenas siguientes los Griffin se sientan a la mesa para cenar, cuando son interrumpidos por el timbre de la puerta. El padre abre la puerta y al otro lado, una pareja, con ella embarazada, pide ayuda. La familia desde la mesa va diciendo a Peter que cierre, que seguro que serán unos ladrones, que se les va a enfriar la cena, etcétera. Ya digo que no estaba muy centrado en la pequeña pantalla. Pero esas escenas simbolizan nuestra hipocresía, la doble moral, ese juego a dos barajas, que mantenemos en muchísimas ocasiones en la vida cotidiana. Y en nuestros pagos hispanos somos unos hachas en la materia.
La España de la Celestina, Lazarillo de Tormes, Rinconete y Cortadillo, la pícara Justina, el Guzmán de Alfarache, del Buscón,..., sigue muy viva hoy en día. En cualquier parte y circunstancia, se cuecen habas, y, ahí, donde menos te lo esperas, a calderadas. Y si seguimos hurgando en las ricas expresiones populares, por ejemplo tenemos: «Amar al prójimo quiero; pero a mí el primero» o «haz lo que yo diga, pero no lo que yo haga». Bertrand Russellmantenía que la humanidad tiene una moralidad doble: una moral que se predica y no se practica y, otra, que se practica pero no se predica.
La integridad la usamos a nuestro antojo y jugamos a capricho con el concepto de moral. Se nos hincha la boca con nuestras obras que pintamos con la plenitud de la decencia y después nos montamos en ese carrusel que mueve el proverbio por el que vemos la paja en el ojo ajeno, y no vemos la viga en el nuestro. Y, así, desde esa pregonada ética virtuosa institucional de estos y aquellos, desde ese enarbolar banderas en nombre de encarnadas patrias de rancio abolengo de purezas, desde los sillones sacrosantos de los que se significan por extremadamente puntillosos y legalistas, que acostumbran a hilar muy fino, a ese día a día donde pagamos ese trabajillo en negro, donde miramos para otro lado respecto a esa vecina ya tan mayor que vive sola, o esos otros que en paro no tiene ni para la luz de este mes. Pero todos tenemos bastantes ejemplos que poner sobre la mesa, y especialmente los nuestros; con los que de un modo u otro estamos dando la razón a Bertrand Russell.
La política a diario juega a doble baraja. Acabamos de ver como PP, Ciudadanos y Vox han puesto el grito en las calles de Madrid, con un terremoto de improperios hacia Sánchez, ante la idea del Gobierno de mantener un relator que diera fe de un diálogo en el conflicto de Cataluña. Se ha acusado al presidente entre tantas cosas de traidor. Pero igualmente los conservadores del PP en el gobierno se avenían a intentar mediaciones para solucionar conflictos enquistados. Hace ahora dos décadas, fue el Gobierno del PP, presidido por José María Aznar, el que promovió una operación parecida para lograr el final del terrorismo. Lo contaba hace unos días eldiario.es señalando que el mismo Aznar aseguraba ante Isabel San Sebastián en 1999 que apostaba por la «generosidad, la mano tendida y el espíritu abierto» para «lograr la paz» con ETA. El elegido por Aznar para liderar las conversaciones con ETA fue el obispo Juan María Uriarte. Doble moral; es vivir en la farsa. Nietzsche dijo que lo peor no es descubrir un engaño sino que eso implica que en adelante seremos incrédulos. Y mientras estamos sentados a nuestra mesa de hipocresía sonará el timbre y echaremos mano de la otra baraja.
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