Un filósofo en la política
Ha muerto Mujica, expresidente de Uruguay, y revolucionario pacífico
Juan Santaella
Miércoles, 21 de mayo 2025, 23:21
A los 89 años, ha muerto el Presidente Pepe Mujica, tras una vida agitada, como guerrillero tupamaro contra la dictadura militar de Juan María Bordaberry: ... sufrió torturas físicas y psicológicas abominables, pasó catorce años privado de libertad, dos de ellos en un zulo minúsculo, y recibió seis balazos de muerte. De esa etapa afirma que «aprendió a no dejarse dominar por el odio y el fanatismo, y entender que hay cuentas que no se cobran». Mientras tanto, sus detractores le recriminaron siempre que como Presidente no enjuiciara a los militares responsables de crímenes, desapariciones y torturas durante la dictadura. A lo que él respondió que «en la vida hay heridas que no tienen cura, y que hay que aprender a seguir viviendo».
¿Por qué en una sociedad que detesta a los políticos, este hombre, con mentalidad de izquierdas, es respetado? Porque hablaba el idioma del pueblo, tenía convicciones profundas de las que muchos carecen, y decía cosas que los demás callan; por su humildad, y, sobre todo, por su coherencia: porque predicó la austeridad y él la vivió en sus carnes… Cuando llegó a Presidente del Gobierno, a su chacra, humilde y pobre, empezaron a llegar mandatarios de todo el mundo, entre ellos el rey Juan Carlos, en 2015, al que le manifestó: «Dicen que soy un Presidente pobre. Pobres son los que precisan mucho. Yo aprendí a vivir liviano de equipaje. Tú no puedes porque tuviste la desgracia de ser rey».
En uno de sus discursos en la ONU afirmaba: «Quiero el progreso material, pero antes que nada el amor a la vida…». Para él, el gran enemigo de esa vida es el consumismo, que nos crea «una telaraña alrededor que nos hace infelices… Estamos en una cultura del gasto y del temor… La felicidad no es una cuestión material». De hecho, él donaba el 90% de lo que ganaba a instituciones benéficas, cuando los mandatarios europeos no solo no tienen suficiente con lo que ganan, sino que obtienen, también, pagas vitalicias, tras su cese.
En medio de tanto odio, que hace de la política un infierno, este hombre bueno, crítico con el capitalismo y con la sociedad consumista, estoico y humanista, aconsejaba a todos: «No se cansen de ser buenos… porque la felicidad está dentro de uno, y no fuera». Ya al final de su camino, afirmaba haberse preparado para morir en paz: «alejado de un odio que termina estupidizando porque nos hace perder objetividad frente a las cosas».
El guerrillero tupamaro, que tanto sufrió, luego Senador, Ministro de Agricultura y Presidente de Uruguay, a la pregunta que él mismo se hacía: «¿Qué mierda nos llevamos cuando nos vamos en un cajón?», hay que responderle que él ha sido y sigue siendo luz en medio de la oscuridad. Que el odio lo mutó en amor; el rencor en perdón; la soberbia en humildad; la soledad en un diálogo permanente consigo mismo, el consumismo en frugalidad; el afán de tener en coherencia y en honradez intelectual. El guerrero ha muerto, pero el filósofo sigue vivo, gracias a las lecciones de vida que impartió. Su noble despedida, cargada de perdón y misericordia, así lo dice: «Moriré feliz. Viví soñando, peleando, luchando. Me cagaron a palos y todo lo demás. No importa, no tengo cuentas para cobrar».
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