El diálogo
Este mundo tan tecnificado, apenas conversa; y, cuando lo hace, es de manera intranscendente o violenta
Juan Santaella
Miércoles, 28 de agosto 2024, 23:17
Los enfrentamientos y la falta de diálogo se han convertido en un grave problema en el ámbito internacional (guerras por doquier), nacional (crispación política) y ... familiar (grave crisis del matrimonio). Con la invención de los teléfonos inteligentes, y la proliferación de las redes sociales, donde tan fácil es el contacto y la amistad, todo indicaba que el siglo XXI sería el siglo de la comunicación. Pero no ha sido así. Estos medios no han servido para intercomunicarnos más sino para aislarnos, y sumirnos en la soledad. El valor profundo de la conversación lo hemos perdido.
Como dice Irene Vallejo, en su magnífica obra 'El infinito en un junco', fue la filosofía griega la primera que descubrió la importancia del diálogo. El pionero fue Sócrates, quien descubrió que la mejor forma de aprender no es escuchando al que más sabe (las típicas clases magistrales que aún persisten), sino intercambiando opiniones con él, indagando, interrogándose, contrastando criterios… Ese placer por conversar lo heredaron los romanos. Así, Cicerón manifestaba que el que inicia una conversación debe admitir la opinión del otro, por eso sus escritos tienen forma de diálogos. Este arte de la conversación se perfeccionó en el Renacimiento, donde no solo lo hacían los hombres sino que también participaban las mujeres en círculos refinados, surgidos en Italia, que luego se extendieron a otros países, y que estaban regidos por ciertos principios: la razón escucharía a la emoción, se cultivaría la cortesía sin asfixiar a la sinceridad, y todas las ideas eran importantes si estaban basadas en la mesura, la claridad, la elegancia y el respeto. Esos salones refinados, dirigidos, muchas veces, por sabias anfitrionas, dieron origen, con el tiempo, a las ideas ilustradas.
En línea con lo anterior, en el siglo XX, Enmanuel Lévinas entendía que los humanos somos seres de encuentro, y la conversación es lo único que nos permite acercarnos al otro, romper barreras, y facilitarnos la compañía que todo ser precisa. Sin diálogo, nos convertimos en personas solitarias, sin futuro y sin esperanza. Solo el diálogo rompería la soledad que tantos jóvenes y mayores sufren en el mundo de hoy.
Creíamos que las máquinas facilitarían la comunicación y no ha sido así. Estas nos han embelesado, y hemos despreciado al ser que tenemos cerca. Nos han deshumanizado, y nos han hecho perder de vista el rostro del otro, para convertirnos en autómatas sin alma. Nuestro mundo cada día está más enfrentado, y las ideologías personales y de grupo se han convertido en muros infranqueables, que nos separan cada vez más. Para conservar un mundo apacible, amistoso y con futuro, hemos de conversar y acordar.
El diálogo ha de comenzar en la familia y continuar en la escuela. Los padres y los profesores deben llevar al ánimo del joven que los medios técnicos son una herramienta eficaz siempre que no atenten contra la comunicación y el encuentro con el otro. Los teléfonos y los medios mecánicos no pueden aislarnos de cuanto nos rodea. Además, y, sobre todo, la educación familiar y escolar deben estar presididas por el diálogo constante. Solo los padres y los profesores dialogantes, próximos y atentos al educando, podrán lograr jóvenes que dialogan y conversan, con sinceridad y compromiso con el mundo que los rodea.
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