¿Cuántos dioses hay?
Quienes desprecian al inmigrante y odian al adversario, tienen un Dios distinto del encarnado en Jesús
Frente al Dios del Antiguo Testamento que arrasa pueblos y mata al enemigo, el Dios encarnado en Jesús, nada tenía que ver con él. Solo ... podemos conocer a Dios por Jesús, pues como dice San Juan de la Cruz: «Una vez que Dios había pronunciado su palabra en su Hijo, ya no tenía más que decir».
Hoy, cuando algunos partidos dicen ser de confesión católica y se caracterizan por su racismo; su odio a los homosexuales; su oposición a la ciencia; su descalificación a refugiados e inmigrantes, a los que tildan de delincuentes; su defensa de la economía neoliberal, que machaca a los más débiles; y su ataque despiadado a cuantos no participan de sus principios, nos sentimos sorprendidos y atónitos (el nazismo se basó en el racismo antijudío, convertido después en un mito destructor).
El Dios, al que los extremistas de derechas invocan, y en cuyo nombre tantos votos obtienen, nada tiene que ver con lo que predica Jesús: Respetar la libertad del otro, incluida la de culto, que ellos niegan a los musulmanes en Jumilla, actitud muy criticada por la Conferencia Episcopal, porque atenta «contra la libertad religiosa y los derechos humanos»; oponerse a la maldad, que Dios rechaza: no podemos maltratar ni despreciar a nadie (Mt, 5. 1-12, y Mt. 24-25), sino atender el grito de los hambrientos, de los que sufren y lloran, de los que están solos, de los que buscan una vida nueva (y no persiguiéndolos y pretendiendo expulsarlos como ha ocurrido recientemente en Torre Pacheco; o «confiscando y hundiendo», como dice Abascal, el barco de la ONG Open Arms, que salva vidas de inmigrantes, en el mar); colaborar con Dios en la salvación del mundo, y ayudar a construir una humanidad más justa, igualitaria y placentera (ciertos grupos de la ultraderecha católica crean con sus palabras y sus acciones de odio un infierno permanente); encontrar a Dios en las personas, pues si no aceptamos y queremos a los otros, no aceptamos ni creemos en Dios; saber que Dios está en el rostro del otro, y amando al otro amamos a Dios, aunque haya estado preso, o haya sido un malhechor, porque de Dios aprendimos el perdón.
Por tanto, solo los que viven para los demás, los que defienden y luchan por los débiles, los que practican el perdón y la misericordia, los que ven a Dios en la cara del otro, los que siembran amor y paz, los que viven para hacer un mundo más justo, equitativo y humano… Esos son los que creen y llevan a Dios. Pero, los que fomentan el odio, el egoísmo, el racismo, el machismo, la homofobia…, y defienden una economía neoliberal, que genera desigualdad y exclusión, esos representan a otro Dios, inhumano y cruel, que en nada se parece al del Evangelio.
Decía el Papa Francisco: Hay que promover una «cultura del encuentro y no una cultura del descarte», porque todas las personas tienen la misma dignidad, al margen de su estatus o su origen. Por eso, afirmaba, el rechazo a la inmigración es «un pecado grave». En definitiva, quienes hablan de un Dios basado en el rechazo al inmigrante y en el odio al adversario, tienen un Dios distinto del encarnado en Jesús.
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