Cien años de Primo de Rivera
La dictadura primorreverista aplicaba y llevaba a la práctica el infame axioma de Joseph Goebbels
Juan José Plasencia Peña
Lunes, 12 de junio 2023, 22:01
Hacia 1896, cuando redactaba 'Idearium Español', Ángel Ganivet se mostraba, con rotundidad, contrario a una posible intervención española en el Magreb cuando escribía que, «si ... consiguiéramos establecer nuestro protectorado o dominación sobre Marruecos», ello sin duda conllevaría grandes males para nuestro país, entre otros futuribles, a cual peor, «una dictadura».
No erraba en sus predicciones aquel gran intelectual, filósofo y escritor granadino, porque el golpe de estado del general Primo de Rivera, del que muy pronto se cumplirán cien años, fue consecuencia evidente de la Guerra de Marruecos y de los humillantes y trágicos desastres bélicos del Barranco del Lobo, primero, y de Annual, unos años después, así como un intento por proteger a la monarquía que, encarnada en la figura del rey Alfonso XIII, había sido la última responsable de tan severas derrotas y de los miles de muertos, mutilados y heridos que la inútil pero muy cruenta contienda había provocado. Por supuesto que hubo otras causas que llevaron a la dictadura, como el temor de los grupos dirigentes y de las clases privilegiadas al ejemplo de la Revolución Rusa, recelo que se había convertido en pánico tras la Huelga General Revolucionaria de 1917, o la reacción de los llamados oficiales africanistas contra los mandos militares junteros, que pretendían limitar las ventajas de aquéllos en la escala de ascensos, pero ninguna de ellas propició el cuartelazo de forma tan directa como lo hizo la Guerra de Marruecos.
El 13 de septiembre de 1923, Miguel Primo de Rivera, capitán general de Cataluña, se alzó en armas desde Barcelona contra el gobierno establecido y el orden institucional hasta entonces vigente, basado aún en la Constitución canovista de 1876, pretendiendo erigirse en dictador. Poco después recibió el apoyo de otros capitanes generales y, por último, la confianza del mismo monarca Alfonso XIII. Así llegó al poder, manteniéndose en él durante casi siete años (como jefe de un Directorio Militar, primero, y presidiendo un Gabinete Civil, más tarde), a lo largo de los cuales fue cabeza visible de un régimen en extremo represor y brutal, que hoy queda solapado, en parte, por la que podríamos llamar (de hecho, así se refiere a ella una parte de la moderna historiografía) Segunda Dictadura, la del general Franco, de larguísima duración, todavía más atroz y, sin duda lo más trágico, horrendo y reprobable de todo desde un punto de vista ético y humano, mucho más sanguinaria.
Creo que mi artículo quedaría incompleto sin siquiera una breve alusión a la magistral conferencia que, bajo el título 'Miguel Primo de Rivera. Dictadura, populismo y nación' y organizada por el Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino y por la Cátedra Antonio Domínguez Ortiz, fue impartida por el profesor Alejandro Quiroga Fernández de Soto, en las aulas del granadino Palacio de la Madraza, el pasado 25 de abril. Interesantísima, amena y muy bien documentada, en ella el ponente enfatizó los importantes paralelismos que se dieron entre el régimen de Primo y el fascismo italiano y también respecto a las que calificó como «otras dictaduras contra-revolucionarias del período de entre-guerras», en concreto el régimen autoritario del mariscal Pilsudski en Polonia y el del almirante Horthy en Hungría (curioso caso el de una nación sin costas ni salida al mar que era regida con mano de hierro por aquel alto mando de una Marina de Guerra que no existía). Por otra parte, el conferenciante quiso llamar la atención de las y los asistentes respecto a la utilización de la prensa y otros varios medios de la época para resaltar, exagerar y publicitar los grandes logros y éxitos, reales o supuestos, del gobierno dictatorial, así como para deformar la realidad e incluso para aseverar y proclamar, llegado el caso y con el más monstruoso de los cinismos, la más descarada, ruin y audaz de las mentiras. De esta forma, la dictadura primorriverista aplicaba y llevaba a la práctica el infame axioma de Joseph Goebbels, aquel siniestro y criminal jerarca nazi cuya absoluta falta de escrúpulos y repulsiva bajeza moral eran sólo igualadas por su genial y maléfica habilidad para la propaganda y la manipulación política: «Una mentira mil veces repetida al final se convierte en verdad».
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