Ser libre en la Vega de Granada
Quienes mamamos este oficio desde las entrañas de la dictadura y la opresión supimos encontrar los vericuetos y triquiñuelas para hacer del mismo una razón de vida
Juan de Dios Mellado Morales
Lunes, 9 de junio 2025, 23:19
Ser periodista nunca fue profesión fácil, sobre todo en años en los que no había libertad y la censura era el pan de cada día. ... Pero quienes mamamos este oficio desde las entrañas de la dictadura y la opresión supimos encontrar los vericuetos y triquiñuelas para hacer del mismo una razón de vida pese a que nos costara no pocos problemas, algunos de ellos con profundas huellas en la mente y no pocos signos en el cuerpo y la cara de quien por entonces mandaba. Y siempre, siempre, me venía a la memoria mi pueblo Chauchina, donde nací hace 82 años. Llevo 60 años ejerciendo esta profesión y cada día me siento más ufano de la misma pese a quien, en estos comentos, la quiera convertir en un estercolero. No lo permitiremos.
Aquí fue donde aprendí a juntar letras a orillas del Genil, en el cogollo de la vega granadina, en Chauchina, mi pueblo. De entonces guardo dos recuerdos imborrables que me enseñó mi maestro, don Rafael, de estirpe, pensamiento e ideas republicanas. Uno, respeto a quien no piense como tú y, dos, ama la libertad como proyecto de vida. Llevo 60 años como periodista y creo haber hecho valer lo que aprendí en mis años mozos. Ahora, un prestigioso jurado ha otorgado a 20 periodistas de toda España el honor de haber sido paladines en la lucha contra la dictadura franquista y defender la libertad y la democracia en años muy difíciles, en la década de los años sesenta y setenta. Entre los mismos se encuentra quien esto firma. Y me viene a la memoria las tardes veraniegas, a la sombra de las alamedas, bajo el rumor de las aguas en acequias cantarinas y croar de ranas donde unos cuantos chavales aprendimos, con apenas catorce años en los balates del río Genil, a recitar «y que yo me la llevé al río…», de Lorca y la poesía social de Miguel Hernández.
Posiblemente los años más complejos fueron en la década de los sesenta cuando escribir en libertad era una entelequia, sometidos a la censura de la dictadura franquista, con el recuerdo aún vivo e hiriente cuando te devolvían unas galeradas tachadas en rojo, de arriba abajo. Pero aun así se continuaba en la lucha para alcanzar la libertad y la democracia. En la dictadura y primeros años de la Transición ejercer el oficio de periodista no era fácil. De ello dan fe muchos compañeros que en estos días hemos recibido un profundo y sentido homenaje por parte de la Asociación de Periodistas Europeos (APE) y por la Fundación Diario Madrid. Un reconocimiento que valida los años en los que escribir era, a diario, un ejercicio que te marcaba en búsqueda de las libertades, con el deseo expreso de enterrar la dictadura del régimen de Franco. Hay dos fechas que certifican que esta lucha no fue baldía. La primera, diciembre de 1978 cuando nos dimos la primera Constitución y, la segunda, cuando en nuestra tierra, en Andalucía, en febrero de 1980 votamos sí a la autonomía. Siquiera sea por ello, mereció la pena la lucha con todo lo que ello significó.
Me he preguntado muchas veces cómo un chaval que bebió sus primeros pasos literarios en un pequeño pueblo granadino pudo desarrollar tan intensa vida profesional, haciendo del periodismo su ley de vida, a veces incluso por encima de su familia. Y hay, a mi parecer, una realidad: a orillas del Genil, en las entonces frondosas alamedas de chopos y mimbres me enfrenté con el recogimiento y miedo que ello significaba a leer a Federico –García Lorca– y a Miguel –Hernández–. En mi pueblo el rescoldo comunista y en menor grado el socialista se mantenía con el silencio profundo que imponía el cuartelillo de la Guardia Civil. Pero había formas y formas para acercarse al pensamiento libre y recuerdo que, con otros amigos de aquellos años, que lo siguen siendo, buscamos ser libres en veranos calurosos el sombreado de los chopos, el verdor de las verdolagas, el rumor del agua en acequias que siempre eran cantarinas y las libélulas tejiendo pentagramas musicales en el aire quieto y espeso, cargado de calor, a veces insoportable.
Y quien esto escribe y algún eterno amigo que mece y canta sus recuerdos en Madrid, Granada e incluso ahora en Chauchina aprendimos el abc de la democracia y de la libertad, entrando en un mundo ignoto hasta entonces de la mano de Federico, de Miguel Hernández y algún que otro libro de Ruedo Ibérico, perseguido por la dictadura. Este reconocimiento ha cobrado fuerza en estos días donde se amontonan recuerdos imborrables como las largas conversaciones con quien fuera director de este periódico, Melchor Saiz Pardo, y con otros entrañables compañeros de alegrías y fatigas tal cual Antonio Ramos, Andrés Cárdenas, Gómez Cardeña y Francis Romacho. Ellos fueron y son parte importante de mi vida profesional que ahora ha merecido este reconocimiento.
Con todo me van a permitir resucitar un recuerdo que me lleva acompañando desde que tengo uso de razón: ir a la escuela en los días tremendamente fríos, con carámbanos colgados de los tejados, llevando una 'ollica' llena de brasas y colocarla bajo los pupitres de madera para soportar que se te congelaran los dedos y las manos. Y siempre me hago la misma pregunta: ¿Cómo fue posible que de un pueblo perdido en la nada surgiera persona dispuesta a luchar por las libertades y contra la dictadura? Pues así fue.
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