Ecos y presencias de Granada en el Museo del Prado
Son escasísimos los paneles explicativos que exhiben las paredes del Prado. Y el nombre de Granada, cosa singular, se repite en varios de ellos. Contemplamos actualmente en este espacio la serena belleza de 'La Virgen con el Niño' o el sosegado costumbrismo del 'Milagro del pozo', entre otras obras del granadino, renombrado 'el Miguel Ángel español'
Juan Chirveches
Miércoles, 31 de enero 2024, 00:17
Si accedemos al Museo del Prado, la mejor pinacoteca del mundo (incluido el extranjero), por la tradicional 'puerta de Goya', así nombrada debido a la ... estatua frontera que dedicada al pintor de Fuendetodos esculpiera Mariano Benlliure en 1902, ya sentimos en nosotros, algo nostálgicos y evocadores, los meneos sentimentales que nos recuerdan Granada, pues enseguida rememoramos el más notable monumento escultórico de nuestra ciudad, que, dedicado a Isabel I y Cristóbal Colón, fraguó el mismo artífice. Quien en 1914, durante una breve estancia en la capital del Darro, esculpió su 'Gitana del Albaicín', bronce admirable hoy propiedad de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y es también autor de la efigie ofrendada al granatense Álvaro de Bazán, que centra la plaza de la Villa, corazón del Madrid de los Austrias. Mariano Benlliure fue además, en la capital de España, maestro de Juan Cristóbal, el almeriense‒granadino que, cuando púber, aprendió a modelar en el Centro Artístico y llegó a ser después uno de los grandes escultores del siglo XX español.
Ya dentro del Museo, al primer paso, topamos con la elevada majestad imperial del 'Carlos V y el Furor' de León Leoni, escultura de estremecedora belleza artística y simbólica. ¿Cómo no evocar ante ella que este monarca quiso hacer de Granada la capital de España? ¿Cómo no reparar en los reales y broncíneos atributos, ahora a la vista (porque la coraza es desmontable y cada cierto tiempo la estatua luce 'el traje nuevo del emperador'), que en un dormitorio de la Alhambra eyectaron el esperma que generó al futuro rey Felipe II, en cuyos dominios no se pondría el sol? Y cómo no traer a nuestra memoria la bellísima quietud renacentista de su palacio granadino, el cual, tal que espejo mágico de la Historia, mira de frente al pasado para reflejar de frente el futuro.
Singlando por la nave de la izquierda, inundados, sumergidos y flotando (todo al mismo tiempo y a la vez) en el océano del más excelso Arte, arribamos a la sala 17 A, donde se muestran siete obras de Alonso Cano y un panel en que leemos: «Su carrera transcurrió mayoritariamente en su Granada natal, donde se convirtió en cabeza de una fecunda escuela de pintura». Son escasísimos los paneles explicativos que exhiben las paredes del Prado. Y el nombre de Granada, cosa singular, se repite en varios de ellos. Contemplamos actualmente en este espacio la serena belleza de 'La Virgen con el Niño' o el sosegado costumbrismo del 'Milagro del pozo', entre otras obras del granadino, renombrado 'el Miguel Ángel español'.
Ascendemos ahora por los siglos pero bajamos por las escaleras hasta llegar al XIX. En 1871, durante su fructífera estancia en Granada, el gran Mariano Fortuny alquiló una vivienda al pie de la Alhambra. En la sala 63 B contemplamos la deliciosa quietud de su 'Jardín de la casa de Fortuny', con su límpido cielo y sus árboles esbeltos como saetas lanzadas al corazón del aire. Junto a mí, una niña de seis años, fascinada, mira el cuadro. Y la madre: «¿Te gusta mucho?» Y la niña: «Sí. Me gusta mucho el perro que duerme y la sombrilla colorada». Se ha ido a fijar, precisamente, en los añadidos que, a la muerte de Fortuny, puso con todo acierto su cuñado Raimundo Madrazo…
Dejo en su imantada contemplación a la futura catedrática de arte y me dirijo a la pared de la habitación aledaña donde se cuelga para nuestro gozo visual 'La torre de las Damas en la Alhambra de Granada' del notable paisajista Martín Rico, amigo de Fortuny quien en 1871 le invitó a pasar una temporada en nuestra ciudad, estancia sobre la que, además de pintar mucho y bien, escribiría jugosas anécdotas en su curiosísimo libro 'Recuerdos de mi vida', que merece artículo aparte.
Voyme a la cercana sala 63 A para temblar de emoción con los colores terrosos, brumosos y tormentosos de 'Recuerdos de Granada o Chubasco en Granada' (1881) de Muñoz Degrain, obra maestra de la que Benito Prieto Coussent explicó en viva grabación al pintor Luis Ruiz lo siguiente: «Cuadro primoroso, famoso que se hizo. Hay desplazadas cosas que no están en ese lugar y no por eso traicionó la naturaleza; compuso a su manera y lo que hizo fue reavivar la expresividad del lugar. La cosa graciosa, romántica de Granada la engrandeció, y ahí nadie puede decir que está alterada la realidad; al contrario: la embelleció».
En la 62 A miramos el autorretrato (1906) de la granadina Aurelia Navarro, pincel en mano, de perfil, con el duende de la inspiración, invisible pero visible, revoloteando en aura a su alrededor. Y el de Mariano Fortuny Madrazo, el hijo de Fortuny nacido en Granada que sería artista, inventor, diseñador y empresario de fama. Murió en la acuosa Venecia, donde había transcurrido gran parte de su vida.
Subyuga la grandiosa colección de pintura histórica que atesora el Prado. La sala 75 es un espectacular muestrario de lo mejor de este género que fue moda en las décadas finales del XIX. De Francisco Pradilla, el autor del celebérrimo 'La rendición de Granada', nos estremece aquí el color ceniciento de su 'Juana la loca' con demenciado rostro y toca negra venteada al aire mesetario, que recoge un momento de descanso en el largo viaje desde Burgos hasta Granada del féretro que contenía el cadáver de su amado Felipe el Hermoso. Y de Moreno Carbonero el magistral 'Conversión del duque de Gandía, melodramática escena que, como sabemos, ocurrió a las puertas de Granada el año de nuestra era de mil y quinientos y treinta y nueve años.
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