Joven talento
Puerta Real ·
Héctor además es actor, una vocación que sintió desde pequeño, cuando descubría que podía inventar historias y ser el protagonista. Y cuando se subió a un escenario, como hacían los griegos, o los romanos, supo que estaba en su elementomª dolores F.-Fígares
Miércoles, 29 de enero 2020, 00:17
Héctor González Palacios es un brillante joven, historiador de la antigüedad, estudiante de doctorado, velando sus primeras armas como profesor en la universidad de Málaga. ... Su currículo es ya apabullante, en una materia que no se caracteriza por su popularidad en estos tiempos de pasiones cibernéticas. Lo sabe casi todo del mundo antiguo y es capaz de identificar con precisión aquellas costumbres o hábitos que nos hermanan a través del tiempo con los seres humanos, digamos, del antiguo Egipto, o de la Siria romana.
Pero Héctor además es actor, una vocación que sintió desde pequeño, cuando descubría que podía inventar historias y ser el protagonista.
Y cuando se subió a un escenario, como hacían los griegos, o los romanos, supo que estaba en su elemento. Por eso, cuando en medio de sus investigaciones descubrió un relato escrito en el Egipto de la época conocida como Imperio Nuevo, en el siglo XVI antes de nuestra era, decidió que a partir de esa historia de un tío y un sobrino que se disputan ante un tribunal la herencia del hermano y padre asesinado iba a ser su primera obra de teatro como director y autor. Reclutó un elenco de actores entre sus compañeros en el Aula de Teatro de la UGR y dieron forma a una nueva y joven compañía con el nombre de Mitra, como otro guiño a ese mundo antiguo que tanto les inspira. La presentaron hace un año en la Facultad de Letras y hace unos días lo hicieron en el teatro municipal Isabel la Católica, cosechando buenas críticas, sobre la sobria puesta en escena, la soltura de los actores, el ritmo de los episodios, la buena dicción de unos y otros.
La obra ha sido titulada 'La enéada', un nombre que remite a las complejas teogonías de las religiones egipcias, pero no hay nada religioso en su contenido, ni aparecen las deidades, sino una interesante reflexión sobre realidades humanas que están más allá del tiempo, que es casi mítico. La codicia, el cainismo, la decadencia y la corrupción de quienes deben impartir justicia, y lo difícil que es probar la inocencia o la culpabilidad. Los problemas que se vuelven circulares porque no tienen salida y se regresa siempre al punto de partida, sin sentido y sin resolución. Hay una escena bastante lograda en la que los personajes revuelven papeles desordenados, en busca de algo que parecen encontrar, pero no era lo que buscaban y así una y otra vez, con un ritmo frenético, que muestra el absurdo de la burocracia, la lentitud de la administración de la justicia.
Héctor ha combinado en su dramaturgia contemporánea la angustia de los seres humanos de hoy, atrapados en los convencionalismos, las rutinas en un tiempo cíclico, donde suenan teléfonos que se tarda en descolgar, con un cierto ambiente antiguo, que le sirve para extraer las experiencias de los seres humanos que se aman, se odian, se temen, se dominan y sienten que no hay salida para los laberintos de la vida.
Héctor prepara una nueva obra, quizá inspirada en Homero. Por algo él lleva el nombre de uno de sus grandes héroes.
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