Había bajado a la playa al amanecer, una costumbre desde que empezó las vacaciones. Tumbarse en la arena cuando todavía no había nadie. Sentir cómo ... el rocío le empapaba la espalda y las gotas de agua de las olas la cara. Todavía podía ver en el cielo las estrellas y la luna menguante, que se iba a dormir después de cumplir su trabajo durante la noche. Siempre están los que trabajan de día y los que trabajan de noche, pensó. Y recordó la película 'Lady Halcón', a la bellísima Isabeau d´Anjou (Michelle Pfeiffer) transformada en ave durante el día y que sólo podía ver a su querido Ettien Navarre (Rutger Hauer) durante un segundo a la salida del sol, pues él se convertía en lobo al anochecer, por la maldición del obispo de Aquila (John Wood). Era una película de la que se acordaba a menudo (la había visto muchas veces), pues su mujer era enfermera, y hacía guardias hasta bien entrada la madrugada, y a menudo llegaba a casa cuándo él se marchaba a la oficina. Ellos también estaban unidos y separados al mismo tiempo. Pero al menos en vacaciones podían verse tranquilamente, sin tener que pensar en quién llevaba o recogía a los niños del colegio o hacía la comida. La rutina y el trabajo eran a veces una maldición como la de la película, aunque ellos no tuvieran que esperar a un eclipse para romper el hechizo. «En un día sin una noche y una noche sin un día ambos podrán ser humanos por un breve tiempo, si durante este momento logran que el obispo mire primero a uno, después al otro y, finalmente a ambos, la maldición se romperá». Siempre lloraba en la última escena, cuando Isabeau y Ettien por fin pueden abrazarse. ¿Estarían ellos siempre juntos? Nada de eso importaba ahora, sólo la salida del sol, que ya se perfilaba sobre el horizonte, el rumor del mar y esa especie de zumbido que ahora parecía extenderse por el paisaje y empezaba a zarandearle. ¿Se habría quedado dormido? Asustado, puso las manos sobre el suelo y se incorporó, pero la tierra oscilaba a un lado y otro, como si él se estuviera sosteniendo sobre los platos de una balanza. Entonces la vio. Sobre la superficie del mar se había formado una ola gigantesca que avanzaba hacia él coronada de espuma. En el muro de agua le pareció ver la cara de su mujer y de sus hijos, que le daban ahora un abrazo tan húmedo como ese raro amanecer.
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