Hace poco había quien quedaba para ligar en el Mercadona, pero los supermercados se han convertido en un sinvivir. No puede ir uno ya tranquilo ... a la frutería ni a la pescadería, donde la gente no va a hacer la compra. Por las redes circulan códigos de citas a ciegas y encuentros en la tercera fase de la cesta, que debes mantener bien recta delante de ti, si no quieres sorpresas. He cogido una piña y de pronto me han envestido los carros de dos treintañeros que llevaban sus propias piñas hacia abajo y parecían hacer una carrera. ¿Por qué me mira fijamente esa señora? ¿Y por qué alza las cejas? ¿Será porque ahora llevo unos plátanos en la mano? Un hombre me sonríe misteriosamente cuando pregunto por el precio de los langostinos. Menos mal que no he dicho nada sobre los chipirones, que tenían buena pinta. Me voy a la carnicería, pero no me atrevo a comprar un filete y menos aún una morcilla, pues allí me espera el adolescente que lleva persiguiéndome toda la tarde por los pasillos con dos melocotones en las manos. Si al menos pudiera comerme tranquilo una manzana... Esa chica ha puesto cara de interés cuando me he acercado a elegir vino y gaseosa. Será quizá por cómo he sostenido la botella, pues inmediatamente ella ha cogido otra de la estantería y la ha acunado como si fuera un bebé. Me han entrado escalofríos y me he acordado de cuando cambiaba pañales. Trato de respirar regularmente y recuperar la calma. Lo peor es que viene gente a casa y estaba dispuesto a hacer una barbacoa y una sangría. Pero ¿quién se atreve a coger chuletas, y chorizo, y sardinas, y peras, y ron y ¡azúcar!? Si los cojo, ¿se vendrán todos los clientes del supermercado a la fiesta? Lo mismo me dan un premio por haber ligado tanto. Y yo que me creía que esto se acababa con la edad. En fin, que decido volver sobre mis pasos y devolver la piña, los langostinos, el vino, la gaseosa, las chuletas, la morcilla y, por supuesto, los melocotones. Ignoro las miradas de reprobación de los trabajadores de la frutería, la pescadería, la carnicería y también la del cajero que me pregunta cuando salgo corriendo si no llevo compra. ¡No!, grito. Y cuando por fin alcanzo la calle me siento tranquilo, ligero y felizmente 'single'. Lo único malo es la cena de por la noche. Tendría que hacer una reserva en algún restaurante.
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