En el aeropuerto de Barajas viven unas cuatrocientas personas sin hogar, que han sido ubicadas en un sótano para que no molesten a los viajeros. ... Es algo común en otros aeropuertos españoles, como el de Málaga. Si en Granada no ocurre es por su difícil acceso, como tantas cosas en esta ciudad. La gente acude a dormir a un lugar de tránsito, tierra de nadie, salvo de las chinches, una plaga de la que culpan a los sintecho. Sólo el día del apagón, cuando muchos viajeros tuvieron que pernoctar también en el aeropuerto, unos y otros se encontraron en la misma orilla social. La anormalidad normaliza a los pobres. En una distopía, todos somos iguales. Dentro de poco lucharemos hombro con hombro contra zombis que echen bilis por la boca. Quizá a eso se refiera el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, cuando afirma que «el futuro será verde o no será». Podría haber dicho que será rojo o azul, tanto da. Lo que no dio fueron explicaciones sobre la caída de la red eléctrica en una semana en la que tampoco ha funcionado bien el transporte público. Juan Manuel Moreno ha reprochado al Gobierno las deficiencias de las conexiones ferroviarias en Andalucía, el PSOE ha reprochado al PP que utilice las emergencias nacionales para hacer política, el PP ha dicho que el PSOE es la causa de todas las emergencias y los ciudadanos han pasado de seguir viendo el partido de tenis, que ya les aburría. Lo que molesta es el tono paternalista, «el será o no será», porque eso lo decidirán los ciudadanos, que están hartos de incompetentes que no aciertan a gobernar ni en su casa. «¿Es que no hay café? ¡Sabotaje!» «¿Has mirado bien, cariñín? Si lo tienes delante de las narices. ¿Dónde tendrás los ojos?» (Fin del sketch).
Así que no me extraña que haya ciudadanos que se escondan bajo tierra. A falta de un aeropuerto accesible, hay quien se construye un búnker que llenará de radios, pilas, generadores eléctricos, gasolina, papel higiénico y unas cuantas cajas de cerveza Alhambra. Total, si no se acaba el mundo, siempre podemos hacer una fiesta. Y si se acaba, también. Vivimos en el país de Jauja, que no siempre es el de la carcajada. Que se lo digan a los cientos de personas que han escondido en el sótano del aeropuerto de Barajas para que se las coman las chinches y no las vean los turistas que insensatamente viajan a España, tierra de zombis, sabotajes y oscuridad.
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