«Tos por igual, valientes»
José María Guadalupe
Lunes, 14 de abril 2025, 23:21
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José María Guadalupe
Lunes, 14 de abril 2025, 23:21
Parece que da los últimos coletazos la borrasca 'Olivier', pero no me fío. Porque no he conocido ninguna Semana Santa, ni ninguna feria del Corpus ... sin que el agua celestial no haya hecho acto de presencia. También tiene guasa que con tanto cambio climático esté de actualidad el sabio refrán de: 'En abril, aguas mil'.
Me gusta ver las procesiones –cuando la meteorología no lo impide– desde el sofá, en la tele-mando-cambiante y junto a una fuente de Fajalauza repleta de torrijas que me proporciona mi acreedora al cielo: torrijas cero calorías, sin gluten y sin aditivos. Son aparentemente como las de antes, las que elaboraban las abuelas, pero mejoradas. De esta forma, no gano ningún kilo ni pierdo ningún detalle de las imágenes y de los pasos que desfilan y huyo de lo que se viene en llamar la bulla. Hay que felicitar a las televisiones que programan estos días llevar a los hogares, hospitales o espectadores ausentes en el extranjero, imágenes de la recreación de la Pasión, la mayoría conmovedoras, obras de extraordinarios imagineros, bordadores, escultores y orfebres.
De niño –era de obligado cumplimiento– con palmas llegadas de Elche y vestido a la usanza hebrea, acompañé a La Borriquilla. Más tarde, hice estación de penitencia con la Virgen de la Esperanza, verde damasco y escapulario bordado con hilos de oro, gracias a mi padre que era bancario, –no confundir con banquero–, y de madurativo tuve el honor de pregonar al Santo Entierro en la iglesia de Santa Ana. Difícil papeleta. De una u otra manera, siempre hemos estado ligados a la celebración de la Semana Mayor con bastante entusiasmo y hay quienes también de mayores siguen la devota tradición.
Hasta la muerte de mi madre, gozaba de un balcón excepcional en la plaza de Las Pasiegas. Mi madre, además de ser ama de casa por imperativo legal y experta en pedalear una Singer que cosía vestidos y pantalones para la tropa, solía esmerarse en estas fechas cuaresmales con excelsos dulces: rosquillas, pestiños y unas torrijas que ofrecía a familiares y amigos, que nos visitaban, entre procesión y procesión.
Se pueden imaginar lo que yo pude observar desde ese palco de barrotes de hierro y reposabrazos de madera: tronos que eran transportados por hombres peones de carga y descarga, o aquellos que iban sobre ruedas hasta llegar a la modernización emulada de las cuadrillas de costaleros y más tarde el de costaleras.
No soy nada 'capillita' pero si la memoria no me falla, los costaleros de las distintas hermandades penitenciales tomaron cuerpo, simultáneamente, en un momento en el que la iglesia por distintas circunstancias - me refiero al entorno de nuestra diócesis- cuestionaba seriamente las salidas de imágenes a la calle. Era comprensible.
Los costaleros han sido y son los hombres y mujeres que hacen su estación de penitencia bajo los pasos y con enorme sacrificio quienes impulsaron y retomaron de forma voluntaria e imprescindible los desfiles procesionales, con dignidad, satisfacción íntima y colaboración impagable a las cofradías y hermandades. Permítanme que les diga que sin ellos no sería igual ese itinerante escenario callejero de la Pasión.
Nadie sobra en la exaltación de esta antigua tradición cívica y religiosa de reflexión que anualmente nos recuerda el calendario. Por supuesto que no son días de exhibiciones ni protagonismos innecesarios, siempre que lo que se aporte sea respetuoso y coherente con las creencias y la fe de la sociedad católica. Y que dure muchos años porque retroceder ya se sabe, ni para tomar impulso.
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