¡Guau!
«El perro participaba de la merienda familiar como cuñado de confianza, olisqueaba las tostadas y acababa con las patas en la mesa»
José María Granados
Almería
Miércoles, 10 de diciembre 2025, 22:57
Pepe 'El Tomillero' utiliza herramientas de la IA -AI en inglés- para conocer el número de mascotas perrunas que existen en la ciudad de Almería ... y obtiene como respuesta: «no he encontrado en los recursos públicos del Ayuntamiento ni en los documentos municipales una lista pública o un número verificado y actualizado que diga solo cuántos perros hay registrados en el municipio de Almería», pero la herramienta sí ofrece una estimación: entre el 60 y el 85% sobre el total de 57.300 mascotas existentes en la capital. Es decir, fija en un mínimo de 34.400 y un máximo de 48.700, los perros domésticos que se mueven de manera más o menos controlada por la ciudad.
Teniendo en cuenta que la esperanza media de vida de estos animales se fija entre los 10 y 13 años, las cuentas dicen que, en Almería, capital de la provincia del mismo nombre, hay más perros que niños ya que, con datos del INE, en este espacio capitalino vivimos 201.946 habitantes humanos y de ellos unos 30.000 son niños y niñas de edades comprendidas entre los 0 y los 13 años. Vamos, que se mire por donde se mire hay más canes que infantes.
¿Y a cuento de qué viene esto? Simplemente que le surgió la curiosidad tras verse sorprendido en varios establecimientos de hostelería por la amplia afluencia animal y no sólo en la terraza exterior, también en la intermedia y, por supuesto, en la interior. Todo ello le dio pie a abrir sus ojos de espectador curioso y jugar, en ese espacio, con la realidad sorprendente de un mundo inesperado.
Se tomó poco menos de un cuarto de hora, tiempo suficiente para empaparse de todo lo que ocurría en el escenario de una de esas cafeterías de moda. Para empezar, la imagen de tres generaciones, familia de seis con edades en un amplio abanico con niño en carrito, niño y niña recién salidos de la actividad escolar del día; abuelo y abuela pensionistas ante la merienda; madre resignada y, claro, el perrito. Observó la escena y comprobó que mientras el abuelo intentaba recordar cómo se llamaba el postre «ese de toda la vida, el de natillas con galleta», la abuela ya había tomado el mando de la situación, repartiendo bocados, servilletas y bronquitas cariñosas a partes iguales. Los niños, en cambio, solo se calmaban cuando el móvil o la tablet aterrizaban en sus manos como si fueran un chupete de última generación. En cuanto la pantalla se encendía, el berrinche se apagaba y el murmullo infantil se convertía en silencio táctil. El camarero, experto en alta tecnología emocional, ya sabía que el café con leche lleva hoy, de serie, una conexión wifi y un cargador.
Mientras tanto, el perro de compañía participaba de la merienda familiar como si fuera cuñado de confianza. No paraba de olisquear las tostadas, recibía migas «sin querer queriendo y, en un descuido, acababa con las patas delanteras en la mesa, contemplando el pedazo de tarta como quien estudia un fenómeno científico. Nadie se escandalizaba demasiado. Pepe miraba alrededor y se decía que, si antes los niños se criaban en la calle y los perros en el patio, ahora los papeles se habían cambiado. Los cachorros humanos, quietos y callados, pegados a una pantalla; los cachorros caninos, integrados en la sobremesa como un miembro más de la familia. Y, entre tazas, correa, tablets y carrito, comprendió que la ciudad con más perros que niños no era una estadística fría, sino una nueva estampa costumbrista de estos tiempos, tan moderna como tierna y un poco disparatada.
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