¿A quién le interesa de verdad la regeneración democrática?
José María Agüera Lorente
Martes, 14 de mayo 2024, 00:06
No dimitió. Algunos llegaron a temer que sus enemigos hubiesen dado con la criptonita para acabar con Supersánchez. Otros piensan ahora que todo fue un ... paripé de aquel que proclaman ser el supervillano más temible que ha padecido la democracia de este país.
Este es el enésimo caso de pelea a cara de perro por el relato: ¿Sánchez es un cuasimártir de la democracia o un peligroso dictador en ciernes al que no le importa conducir a su país al enfrentamiento guerracivilista con tal de mantenerse eternamente en el poder? Y así, día tras día, en periódicos, webs, redes sociales, tertulias de radios y televisiones, y en todo el infinito y redundante orbe mediático responsable de la infodemia que padecemos y que ha convertido la verdad en un elemento irrelevante para el debate democrático. De esta forma la realidad se pierde, hundida en lo profundo de un piélago de palabras e imágenes que abotagan el entendimiento, que es el anclaje primordial del ejercicio de la virtud cívica. Sin ella la democracia es una mera cáscara.
No creo que la desconcertante carta de Sánchez sirva a los propósitos de la reflexión cívica que propone. Más bien ha contribuido a reforzar la estrategia personalista de sus adversarios políticos, que centran en su persona toda su labor de oposición. Porque han logrado que cale en una parte decisiva de la ciudadanía la convicción de que el presidente de nuestro gobierno democráticamente elegido es un sátrapa con diabólicos poderes y con un inacabable repertorio de mañas para la seducción. Así, el problema sobre el que él supuestamente pretendía llamar la atención queda opacado por la épica personalista. Lo mismo básicamente pasó durante la campaña de las autonómicas y municipales de hace un año con el consabido resultado.
La lucha contra los bulos y el planteamiento de la necesidad de una regeneración democrática con todo lo que hay de fondo en lo que justifica tales propuestas pierde poder de captación de la atención pública frente a la confrontación por el relato sobre quién es verdaderamente Sánchez. La reflexión madura de carácter eminentemente cívico que legitimaba supuestamente su desconcertante maniobra personal pierde su poder de convocatoria ciudadana frente al morbo de la lucha, casi pugilística, entre los más icónicos representantes de la polarización política hoy por hoy en nuestro país, que no son otros que el propio Sánchez e Isabel Díaz Ayuso. A esta los mamporros recibidos a cuenta de los chanchullos de su hermano, las inhumanas directrices madrileñas sobre los ancianos de las residencias durante lo peor de la pandemia y el fraude fiscal reconocido por su novio apenas le han rozado la cara; y ahora, lo que debería ser un escándalo que la desgastara cada día, sencillamente ha desaparecido de los foros mediáticos y del debate político.
El caso es que yo creo que sin quererlo Sánchez ha contribuido al programa de distracción que quienes detentan el verdadero poder ejecutan sobre la mayoría de la ciudadanía desde vaya a saber usted cuándo. Lo que conviene a tales efectos es que nuestra atención se vea capturada por temas que galvanicen las pasiones y arrastren a la minoría de edad nuestros entendimientos en una especie de regresión contraria a los valores de la Ilustración que inspiraron la fundación de la democracia moderna. Y, claro está, un elemento clave de este programa que en nada contribuye a la buena calidad del debate democrático es lograr la irrelevancia política de la verdad.
El escándalo de las corrupciones como la del dichoso Koldo García o la supuesta de la propia Begoña Gómez nos entretienen y nos hacen sentir vivos mediante la excitación de nuestros peores afectos, mientras la corrupción radical –en el sentido de que corrompe de raíz– de nuestra democracia, como la de todas las democracias que en el mundo actualmente son, consiste en la apropiación oligárquica del gobierno representativo a la que alude el filósofo norteamericano Michael J. Sandel en la edición renovada de su libro El descontento democrático.
Lo que exacerbó el descontento democrático que se venía gestando desde que el neoliberalismo tiene éxito en establecer su modelo de capitalismo global, algo que se desarrolló en todas las democracias a lo largo de la década de los noventa del siglo pasado, fue la catástrofe económica de 2008. Eso llevó a unas políticas económicas que apostaron evidentemente por salvar a las élites financieras y por conservar intacto el modelo de capitalismo financiero global mediante el empleo de ingentes cantidades de fondos públicos que conllevaron el empobrecimiento de la mayoría de la ciudadanía. Sin embargo, apenas hubo consecuencias para los responsables del desastre, que de la manera más ultrajante no dejaron de cobrar sus desorbitadas primas y bonus por su trabajo depredador de la riqueza colectiva. Los españoles en shock volvieron sus ojos a partidos como Podemos o Ciudadanos y a una figura que parecía mostrar algo de valentía, la de Pedro Sánchez. Pero el poder, es decir, esos que son los que verdaderamente definen el marco dentro del cual se propone qué leyes se pueden aprobar, y deciden en la opacidad más absoluta cuáles son las opciones entre las cuales se nos permite elegir, han sabido reaccionar y han puesto los medios para que, en lo esencial, todo siga igual que estaba en aquel lejano 2008 (o peor, debido al ascenso imparable de la ultraderecha). Me temo que con su amago de dimisión nuestro presidente del Gobierno se lo ha puesto más fácil.
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