La amistad
«Es un pacto sin palabras, un hilo invisible que une el alma a otra alma»
José Manuel Palma Segura
Periodista y teólogo
Lunes, 18 de noviembre 2024, 23:13
Si hay manera alguna de acercarnos a la esencia de la amistad, debemos acudir, sin más remedio, a la música del alma: la poesía. Por ... medio de ella, nos percatamos de que la amistad es el encuentro de dos ríos que, al unirse, no dejan de ser quienes son. Pero comparten sus aguas y sus secretos. Nace en el silencio y en la mirada, en la fugacidad de un encuentro y lo imprevisible. Y florece en la tierra fértil de la confianza, donde cada uno se convierte en el refugio del otro. Es un pacto sin palabras, un hilo invisible que une el alma a otra alma. Cada amigo es un espejo que refleja lo que somos y podemos ser. Se nutre de la verdad compartida y se fortalece con las heridas cicatrizadas al calor de la sinceridad. No pide nada. Y, sin embargo, lo da todo.
De ahí que santo Tomás de Aquino llegue a decir que «no hay nada en esta tierra más valioso que ser agraciado con una amistad verdadera». Pero ojo: dice «una», no varias. ¿Y por qué no más? ¿Tan difícil es tener más de uno?... Pues al parecer sí. Y no se trata de algo actual. Ya desde el eco de la historia, Homero aseguraba que «la dificultad no reside en morir por un amigo, sino en encontrar un amigo por el que merezca la pena morir». Así que, siendo prácticos, preguntémonos por los ingredientes que condimentan una amistad auténtica.
En esta empresa, la literatura, quizás, sea una gran aliada. ¿Recuerdan a Antoine de Saint-Exupéry, autor del 'Principito'? Dibujó con palabras una bella metáfora sobre la amistad en el diálogo que mantuvieron el zorro y el pequeño príncipe. Este último quería ser su amigo. Pero el zorro se negó, porque aún «no lo había domesticado». Claro que, en nuestros días, esto puede resultar escandaloso. ¿La amistad está ligada a domesticar? ¡La que se puede montar! Pero que nadie se sulfure. Para nosotros, este término es sinónimo de amaestrar, hacer a alguien dócil y sumiso a nuestro capricho. Y nada más lejos de la intención de este libro.
Vamos a ver. ¿Qué implica la domesticación? Tres componentes imprescindibles: tiempo, paciencia y dedicación. ¿Con qué o quiénes desplegamos tales cualidades? Pues con aquellos a quienes amamos. ¿Con qué fin? Para establecer un vínculo especial y profundo. Es decir, crear una conexión única que transformará nuestra relación en algo significativo y distinto de cualquier otra relación. De manera que ambos nos sentimos 'únicos' y valorados mutuamente. Es decirle a esa persona: «Todo esto lo hago, no solo porque me importas, sino porque eres el mundo donde yo siempre quise estar». ¡Eso es la amistad! De ahí que ni el tiempo ni el espacio erosionen la amistad verdadera.
¡Esa es la relación que Dios quiere establecer contigo! No quiere tu sumisión, ni tu adulación y muchos menos tu miedo. Te quiere a ti. Así lo reveló el mismo Cristo: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor. A vosotros os llamo amigos» (Jn 15,15). Ahora, al igual que el salmista, podríamos preguntarle: «Señor, cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?» (Sal 8, 4). Pues, a la luz de lo dicho, eres el mundo en el que Dios quiere estar. Esa es la razón de que viniese a la tierra en la figura de un bebé. Eres libre de acogerlo entre tus brazos, en cada misa. Pero, si lo haces, Cristo no querrá otro pesebre que no sea tu corazón.
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