De reinas y reyes insignificantes
En cuestión de una década lo más fácil es que este país lo compongan más de 50 millones de reinas y reyes, hijos de reyes y padres de reyes.
José Luis González
Cazorla
Viernes, 22 de agosto 2025, 22:59
Creo que ha llegado un momento de nuestra existencia como sociedad, aquí, allá y acullá, en el que debiéramos todas las mañanas al levantarnos, antes ... incluso de la ducha, coger lápiz y papel para escribir cien veces «soy insignificante, soy insignificante, soy…» J.R.R.Tolkien ya se lo dijo a Bilbo, su pequeño gran héroe de 'El Hobbit' (novela publicada en 1937), por boca de otro de sus personajes principales, el mago Gandalf: «Te considero una gran persona, señor Bolsón, y te aprecio mucho; pero en última instancia ¡eres sólo un simple individuo en un mundo enorme!». Y, usando las palabras de Josep Ramoneda, «desde nuestra pequeñez –infinita, añado yo-, osamos explicar la inmensidad».
Es lo que nos está pasando a diario con los incendios, con las inundaciones, con las guerras, con la vivienda, con los salarios… Todo lo intentamos explicar desde nuestro diminuto punto de vista para salvaguardar nuestro pequeñito interés, nuestro insignificante patrimonio o, como mucho, el de nuestra igualmente pequeña familia. Nadie o casi nadie mira verdaderamente ya a su alrededor con las miras más amplias en la búsqueda del bien común. Y, aunque en algún momento nos pongamos en cabeza de la manifestación y sintamos que defendemos alguna causa colectiva justa, si miramos en el fondo de nuestras ambiciones probablemente encontraremos un germen individualista, un interés puramente egoísta tras la pancarta.
Cuando lo verdaderamente inmenso es la comunidad, el colectivo, el conjunto humano organizado: siendo el Estado su principal exponente en nuestro sistema democrático liberal. Concretamente el español, compuesto por casi 49 millones de personas. De individualidades cada vez más acusadas. De tal modo que nuestra cada vez menos íntima pretensión es que cada ley, cada norma que emane del Poder Legislativo, cubra siempre y en todo lugar nuestro interés individual, proteja nuestro insignificante espacio personal o, como mucho, familiar. Actitud preñada de un formidable egoísmo que va camino de fulminar el Estado Social que tanto esfuerzo costó construir a nuestros padres y abuelos.
Y en este punto me gustaría volver a traer aquí la archiconocida frase pronunciada por J.F. Kennedy en 1961: «No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país». Expresada por muchos en alguna efervescente algarada militar, pero que nada tiene que ver con armas o guerras. Más bien con asuntos ligados al ser humano en su vida diaria, traducidos en un salario digno, una fiscalidad justa, una educación y una sanidad universales y de calidad o una cultura accesible para todo el mundo. Metas colectivas en las que es obligado que el individuo no piense solo en sí mismo y en su familia –algo que no digo yo que sea negativo per se–, sino en el bien de toda la comunidad.
Excusas para no hacerlo encontrará por doquier. Mucho más hoy, hozando como hozamos en la basura de las redes sociales, que reconcomen en tiempo récord lo mejor de nosotros y nosotras. Ya sabemos, porque nos lo dice la experiencia, que el ser humano es especialista en encontrar coartadas a su vileza, sea esta la que sea. A día de hoy, que si el inmigrante, que si el lobby de esto o lo otro, que si la agenda 2030, que si el feminismo, que si Europa… Al fin, es nuestro egoísmo, el que «por su bien» –como he escuchado decir a algunos 'papás' y a algunas 'mamás'– están inculcando las últimas generaciones de padres a sus hijos, el que nos lleva y nos llevará de cabeza a toda la sociedad.
En cuestión de una década lo más fácil es que este país lo compongan más de 50 millones de reinas y reyes, hijos de reyes y padres de reyes. Y cada uno y una con su reino insignificante. Y así ejercerán su derecho al voto, suponiendo que este siga existiendo. Bien sabemos que las reinas y los reyes disponían de todo el poder, pero no eran precisamente los exponentes más avispados de sus respectivos reinos. La inteligencia no formaba parte de sus escasas virtudes. ¿Por quién se dejarían entonces gobernar? ¿A quién elegirían en el marco de su egoísta e imbécil pequeñez? Muy probablemente elegirían al más tonto, montaraz e insensible de ellos. Es su naturaleza.
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