Miserables
Y es su deber (en referencia a Pedro Sánchez) asumir responsabilidades del modo que le es exigible en una democracia digna de ese nombre. Sin caer en la tentación del 'y tú más'.
José Luis González
Viernes, 4 de julio 2025, 23:28
La Justicia española no puede dar lecciones de nada a nadie en estos días en los que ejerce su 'no' derecho a la huelga, lo ... cual no deja de ser paradigmático en nuestro Estado de Derecho. Su acción de los últimos años en cuanto a los temas de alto voltaje político no ha podido ser más sesgada y, desde cierto punto de vista, vergonzante para quienes suspiramos por un sistema de poderes y contrapoderes desligado de nuestro pasado franquista. Sin que el Poder Judicial haya dado un solo paso en la buena dirección. Antes al contrario, solo pone palos en las ruedas al Poder Legislativo para acabar de una buena vez con la más que evidente endogamia clasista traída de la dictadura y que entorpece el paso a la judicatura a españoles y españolas de todo estrato y condición.
Así, el Gobierno de la Nación quizás más progresista de la democracia –a la par del que presidió José Luis Rodríguez Zapatero, pero mucho más diverso- ha padecido y padece el azote continuo de jueces, en su mayoría mediocres y al borde de la jubilación, cuyos méritos profesionales son inversamente proporcionales al servilismo político del ya famoso «el que pueda hacer que haga» de su jefe supremo en 'Madriz', ese lupanar iliberal que un día fuera la capital de España. Azuzado, no hay que negarlo, por antiguos gerifaltes del centro-izquierda cuya influencia actual en ese espacio político es prácticamente inexistente. Que se desenvuelven, henchidos de patético rencor, en platós televisivos y guateques del odio en los que se faltan al respecto a sí mismos y a los nobles valores que un día representaron.
Un ambiente el que describo que no se compadece con la evolución económica y social de este país. Aun con muchos desafíos por enfrentar –la vivienda, el paro juvenil, el cuidados de los mayores o la sanidad y la educación públicas–, se ha alcanzado un nivel de empleo que no se había visto desde hace 17 años, el salario mínimo interprofesional ha dejado de ser digno de un país subdesarrollado, el crecimiento económico español es la envidia de Europa, Cataluña ha sido pacificada en tiempo record con un líder autonómico socialista, nuestro territorio es sede de grandes eventos internacionales a nivel político y económico, y nuestro Presidente del Gobierno no hace el ridículo al conversar y codearse con sus homólogos europeos.
Pero siquiera semejante hoja de servicios puede enmascarar a los miserables de siempre. A los 'koldos', los 'ábalos' y los 'cerdanes', que sustituyen e igualan a los 'barcenas', los 'bigotes', los 'acebes', los 'ratos', los 'roldanes' o los 'guerras' que les precedieron. Con ese modo barriobajero de conversar entre ellos, colmado de sucios comentarios machistas puestos en práctica al parecer con distintas mujeres. Repartiéndose –siempre presuntamente– el dinero que les llovía de las grandes empresas, sospechosas habituales, a las que se adjudicaba obra pública sin el menor respecto a los procedimientos legales. Dejando tras de sí ese genuino tufo del falso socialista, del personajillo insulso, palurdo y cateto que medra en la política por la inconsistencia moral o por la inopia del líder al que sirve. Haciendo un daño irreparable porque merma gravemente la confianza de la ciudadanía en el sistema de partidos que vertebra nuestra Democracia.
Y, sintiéndolo mucho, ese líder al que servían era Pedro Sánchez. El hacedor, contra viento y marea, de tanto bien para la España del último lustro, el que ha puesto a este país en la órbita internacional tras la gestión imbécil y tramposa de José María Aznar en Irak de la mano de George W. Bush, es también el primer responsable de la acción de sus manos derechas, ahora caídas en desgracia. Y es su deber asumir responsabilidades del modo que le es exigible en una democracia digna de ese nombre. Sin caer en la tentación del 'y tú más'. Porque el político progresista de buen nombre no solo debe ser honesto, además debe parecerlo. Cualidad que, además de su fortuna y la de sus votantes, también puede ser su desgracia. Es lo que ha de distinguirlo de los líderes de otras opciones políticas democráticas, y también de las antidemocráticas que por desgracia existen en este país. Y, sintiéndolo mucho, muchísimo, debe asumirla del modo que él elija entre las variadas opciones que la Constitución le permite.
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