Todo me va bien, todo nos va mal
En fin, así somos. Influenciables por naturaleza sobre lo que no conocemos, sin mostrar el más mínimo interés por salir de la inopia
José Luis González
Jaén
Viernes, 18 de octubre 2024, 23:52
España es un país de profundos contrastes. Nuestra historia lo demuestra con fruición, pero el día a día de los españolitos y las españolitas ahonda ... aún más si cabe en esta genuina peculiaridad peninsular. No sé si será por el clima, por nuestro afán gregario bajo las faldas de líderes mezquinos y detestables enfrentados entre sí o, más bien, por la secular desconfianza en las verdaderas posibilidades de nuestra fuerza como país. Sea como fuere, no me gustaría estar en la piel de los sociólogos y demás especialistas en investigación social adscritos al Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS).
Precisamente son las encuestas de este organismo público –dejando a un lado la discutible cocina de los sondeos electorales– las que delatan con más precisión nuestras contradicciones. Porque han de saber que el CIS, donde trabajan funcionarios públicos de enorme valía profesional, aporta al Estado un conocimiento científico de gran trascendencia: el diagnóstico sobre situaciones y asuntos sociales que sirven de orientación a los poderes públicos en su acción, tanto a nivel estatal como autonómico. A través de encuestas con muestras que superan ampliamente las 3.000 entrevistas y cuyas 'tripas' han de ser analizadas sin tomar demasiado en cuenta los titulares periodísticos, elaborados en virtud de sus respectivas líneas editoriales y por tanto del sol que más les calienta.
Con estas premisas, he de traer ahora a colación los últimos trabajos del CIS, muy significativos respecto a ciertos temas que en España gozan estos días de gran fama, destacando dos a mi modo de ver: la situación económica que atraviesa el país y el fenómeno de la inmigración –anteayer mismo denominado 'migración' y que ahora regresa, quién sabe por qué, a su apelativo tradicional–. Asuntos por los que la ciudadanía española siente gran predilección tanto en las tertulias de barra de bar como en las de radios y televisiones. Sin que ni unos ni otros tertulianos –sobre todos estos últimos, que cobran por discutir– se hayan detenido el tiempo suficiente para analizar el verdadero trasfondo de la casi siempre sobrevalorada 'opinión pública'.
Fíjense en los datos del último barómetro sobre la situación económica en España, realizado en junio pasado con más de 4.000 entrevistas. Las personas que aseguran que su situación económica personal es «muy buena o buena» alcanzan el 65,8%, frente 22,6% que dicen que es «mala o muy mala». Por el contrario, cuando se les pregunta por la situación económica general de España, solo un 32,8% afirma que es «muy buena o buena» y un 58,8% que es «mala o muy mala». Esto, ¿cómo se come? Pues muy sencillo. Cada uno y una sabe cómo van las cuentas de su casa, nadie puede venir de fuera a darle gato por liebre, a mentirle a la cara asegurándole que el dinero que tiene en la cuenta corriente o invertido aquí y allá no existe o es menor al real. Sin embargo, hay un número creciente de españolitos y españolitas dispuestos a tragarse trolas como panes en cuanto a la economía española, dependiendo de si simpatizan con Pedro u odian a Perro.
Pero es que, si observamos el asunto de la inmigración, en cuestión de tres meses este ha pasado de ser el noveno motivo de preocupación en España, al primero según la percepción de la ciudadanía que recoge el CIS. Si en junio, tan sólo un 16,9% de los encuestados la consideraba como una de sus mayores preocupaciones, en septiembre ha escalado hasta el 30,4%. No ocurría algo semejante desde el año 2007, con la crisis de los cayucos. Curiosamente, la paradoja llega cuando se les pregunta si, a nivel personal, les supone un problema la llegada de esas personas. En ese caso pasa a ser la principal inquietud sólo para el 13,7%, ocupando un discreto quinto lugar por detrás de la economía, la sanidad, el empleo y la vivienda. Otra vez es plausible la misma explicación a la evidente paradoja: casi nadie es susceptible de ser engañado sobre lo que ve a su alrededor, en primera persona; sin embargo, entra rápidamente al trapo cuando le llueven las falacias genéricas, a través de ciertos desalmados, de las redes sociales o de determinados tabloides de dudosísima fiabilidad.
En fin, así somos. Influenciables por naturaleza sobre lo que no conocemos, sin mostrar el más mínimo interés por salir de la inopia. Razón por la cual nos lanzamos como locos a contratar alarmas para el hogar que no necesitamos, a novar hipotecas cuyas condiciones nos son aun ventajosas o a votar opciones políticas que conspiran frontalmente contra nuestros intereses. Por miedo e ignorancia, simplemente.
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