Alfonso Guerra habla con las hormigas
Un horror pensar que este hombre, otrora inteligente, culto y progresista, haya sucumbido entre la caspa con la edad.
José Luis González
Sábado, 2 de diciembre 2023, 12:01
Estos días se ha intensificado mi aprecio a las señoras y señores mayores con los que es un gusto conversar. Oírles narrar, aunque a veces ... se repitan, las experiencias acumuladas a lo largo de sus vidas. En la profundidad de sus ojos marchitos se pueden apreciar los triunfos, las penurias, el orgullo, el horror, el amor o el desamparo de tantos años sobre esta tierra. Muchas de esas existencias dan incluso para escribir un libro. O varios, en casos excepcionales. Son historias de guerra y posguerra, de trabajo duro, de hambre y denodada lucha contra la injusticia; o de exilios y emigración forzados, bien por razones políticas o bien por otras de pura subsistencia. También las hay sobre avatares más mundanos aunque no menos interesantes, de personas que han vivido sin tantas apreturas económicas y que han gozado de la posibilidad de viajar o de solazarse en ambientes culturales de otras épocas.
Vidas de luz que iluminan rostros sonrientes y bellos aun cuando ya están surcados por las arrugas. Muy al contrario de esos señorones malencarados y de aspecto rancio, encantadísimos de haberse conocido, que no soportan el paso de los años y, sobre todo, de su eventual preponderancia social. Vejestorios recalcitrantes y más pesados que un tanque en la solapa. Que no han perdido la capacidad de oler un micrófono desde la distancia para lanzarse a él como los buitres al cadáver de un cabestro. Ávidos de ser escuchados por una audiencia que tan solo les presta atención ya cuando atizan, cuando tuercen el gesto, cuando babean desprecio y rompen la baraja. En su mirada torva no queda ni rastro de la honestidad y el respeto de los que un día pudieron presumir, porque sus ojos ya no se dirigen al frente, sino al propio ombligo. Para ellos, cualquier tiempo pasado fue mejor. Carecen de ideología –aunque la cacareen a los cuatro vientos- porque ya no creen en nada salvo en ellos mismos y en lo que dicen que hicieron. Poniendo énfasis en sus aciertos y ocultando con cinismo sus descalabros.
Lastimosamente se arrastran a las emisoras de radio y a los platós televisivos para ser exhibidos como reliquias de aquel pasado que hoy se cierne sobre nuestro presente, amenazando cubrirlo todo del blanco y negro de su gusto. Del de ellos mismos y también del de quienes los invitan. Dejándose entrevistar y escribiendo ácidas columnas en los periódicos más 'odiantes' para arremeter contra quienes antes eran sus compañeros de viaje o, incluso, sus discípulos y discípulas. Envidiando la juventud de estos y estas, los que ahora surfean la cresta de la ola, los que ocupan los sillones que ellos ocuparon y a los que solo se acercan con la intención de asestarles indisimulados pellizcos de monja. Embestidas a destiempo y adornadas de palabrería con olor a revoltijo de sol y sombra, tabaco negro y fritanga. Por supuesto, no incluyo como es mi costumbre el lado femenino de cada pronombre o adjetivo, porque en sus gloriosos días estos señorones presuntamente heterosexuales copaban las grandes mesas de noble madera.
Y es que aún me asombra escuchar, en algún zapping de la caja tonta, a Alfonso Guerra balbuceando cosas como estas: «Me dan pena los humoristas. Ya no pueden hablar de nada. Antes había de homosexuales, de enanos... de todo». Y no puedo más que acordarme del antaño humorista Arévalo, hoy mascota de la extrema derecha y muy del gusto, al parecer, del exvicepresidente del Gobierno, porque coincide con él en la pena que da que «ya no se puedan hacer chistes de mariquitas». Que no hay ¡libertad! en este país que no ve de buen gusto hacer chistes de maricones y de mujeres que van a la peluquería o a las que su marido les pega.
Un horror pensar que este hombre, otrora inteligente, culto y progresista, haya sucumbido entre la caspa con la edad. Aquejado del mismo mal que otros muchos, como el ex alcalde socialista de Madrid, Joaquín Leguina, o el pobre Ramón Tamames, ridiculizado hasta dar lástima en su contingente escaño del Congreso, cuando lo presentaron como candidato las ultraderechas en aquella paródica moción de censura. Y, curiosamente, todos coinciden en atesorar la asombrosa facultad de hablar con las hormigas junto a otro señor que también las entiende. Pobres insectos.
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