Tiburón
José Ignacio Fernández Dougnac
Miércoles, 3 de septiembre 2025, 23:16
Acertó de pleno la distribuidora española cuando cambió el título original de la película de Spielberg, 'Jaws' ('Mandíbulas'), tan bucal, tan desvaído y bostezante, por ... el de 'Tiburón', que resuena impecable en la cartelera y en los oídos del espectador. Como muchos de ustedes saben, se celebran los cincuenta años de su estreno. Esta fue la primera superproducción de Spielberg, después de rodar, con tan solo 25 años, el telefilm 'El diablo sobre ruedas' (1971) y luego para la gran pantalla 'Loca evasión' (1974).
El éxito de 'Tiburón' fue fulminante y contó con varias nominaciones al Oscar. Mucho se ha hablado, en estos días, de las contrariedades del rodaje, de si ha envejecido el bicho mecánico, del ritmo del montaje, del guion de hierro (Carl Gottilieb), de la banda sonora de Williams o de las muchas secuelas que han poblado la pantalla de estúpidos escualos. Ese verano he vuelto a las ficticias playas de Amity Island y he disfrutado de la película igual que el primer día. Esto es importante. Sobre todo, he comprobado lo que tantas veces: que un buen director sobresale por su capacidad para expresar mediante la sugerencia antes que regodeándose en la explicitud.
Destaco dos secuencias en las que Spielberg, sin apoyarse en la aparición directa de las fauces de la alimaña, nos provoca tanta inquietud como emoción, respectivamente. La primera es el momento en el que muere el niño en un día apacible y soleado de playa. Cómo juega el director con la profundidad de campo, cómo desliza pistas falsas, cómo estira la intriga hasta culminar con ese plano sobre el rostro de Roy Scheider, combinando el travelling y el zoom de la misma manera que ideó Hitchcock en 'Vértigo'. Aquí se cumple el dicho de Godard: que un travelling más que un movimiento de cámara es un acto moral. La segunda secuencia es pura intimidad. La conversación de los tres protagonistas cargados de whisky, brindando por sus cicatrices y escuchando ensimismados el relato sobre el terrible hundimiento del Indianápolis, por boca de un Robert Shaw que hace las veces de hermano bueno del capitán Ahab, adueñándose de la escena con el mismo desparpajo que mostró en 'El golpe' frente a la pareja estelar de los dos Roberts (Newman y Redford).
No sé si 'Tiburón' es una obra maestra ―suelo ser bastante remiso a utilizar esta calificación, tan ditirámbica y delicada―, pero es indudable que, a sus cincuenta años de vida, se encuentra dentro de ese raro espacio que es lo magistral. Y ahí sigue.
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