Robert Redford, actor
José Ignacio Fernández Dougnac
Miércoles, 8 de octubre 2025, 22:45
En la muy estimable película 'El viejo y el arma' (2017) que cierra la filmografía de Robert Redford, el director y guionista, David Lowery, rinde ... un hermoso homenaje a la trayectoria del actor. Y lo hace mediante la exposición de una emotiva serie de fotografías que remite a su existencia cinematográfica. El guiño, aunque más sutil, se inspira en el tributo que brindó Don Siegel a John Wayne en 'El último pistolero' (1976).
Ambos actores interpretan, en sendos títulos, unos personajes muy determinados, pero, a manera de despedida, se están reinterpretando a sí mismos. En el caso de Redford nos encontramos con un viejo ladrón de bancos que no puede sustraerse del íntimo placer de seguir robando bancos, y ni siquiera el amor –magnífica Sissy Spaceck– puede evitar o frenar impulso tan irresistible. El anciano delincuente no lo hace por colmar una satisfacción –que también, evidentemente–, sino porque eso es lo que le otorga su lugar en la sociedad, lo que da auténtico sentido a su vida. Cantaba Bob Dylan que hace falta ser muy honesto para estar fuera de la ley. Igual que John Wayne, Redford se reencuentra aquí con dos tipos anteriores y marginales que le ayudaron a brillar en el firmamento de Hollywood: el bandido Sundace Kid de 'Dos hombres y un destino' (1969) y el pícaro Johnny Kelly Hooker de 'El golpe' (1973).
Cuando lo vi por primera vez lanzándose al vacío junto a Paul Newman, sospeché que este jovencito rubio y tan guapo podría muy bien ser el digno sucesor de quien dio vida a 'La leyenda del indomable' (1967). Los años han convertido la inicial intuición en certeza. Acaso, igual que sucede a Newman, no sea un actor de grandes registros, tal y como ocurre con Gene Hackman o con un Anthony Quinn capaz de dar vida a un esquimal, al mismísimo Papa o a Mahoma. Sin poseer una especial versatilidad interpretativa, Redford supo estar en su sitio de forma impecablemente rotunda. Y lo más importante: logró trascender su obvio atractivo físico mediante lo que pocos, muy pocos alcanzan en cine, eso que llamamos 'presencia'; y en tal caso, contenida, sin estridencia ni sobreactuación alguna, cargada de ética y talento. Una insuperable seña de estilo que llena con naturalidad la pantalla. Robert Redford continúa siendo nuestro único gran Gatsby. Como un viejo buen amigo, siempre nos saludará rozando su dedo índice con la nariz, para advertirnos de los malos tiempos, de que, al final de esta otra película, también pueden ganar los malos.
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