'San Juan Sebastian Bach'
Quasi una fantasia
José García Román
Viernes, 13 de junio 2025, 23:37
Son demasiados 'milagros' para no ser santo de 'altar'. Cuando creyentes y no creyentes se rinden en singulares momentos de sus vidas, y en el ... postrero, principalmente, se aferran a la tabla de salvación de la gran música del intérprete de Dios, un Dios que nos habla con la música de Johann Sebastian Bach, no hay corazón que resista tal 'tsunami' que impulsa a otros mundos, a un Elysium beethoven-schilleriano donde altares definitivos honran lo mejor de nuestra humanidad. El Bach de irreprochable ética y moral podría resumirse en «Comparezco aquí ante Tu trono», coral dictado a su yerno, debido a la ceguera ocasionada por una cirugía ocular y su tratamiento, aunque con mirada descubridora de lo invisible y ciega a todo lo visible. Tal vez hoy pueda parecer asunto trasnochado a algún sector de la población. Era 'un hombre para la eternidad' que en el supremo adiós, enhiesto, sin temor ni temblor, fulminando sombras de duda, se entregó seducido y deslumbrado al tránsito definitivo.
Vivimos en un mundo de descarada exaltación de egos y colmado de carpinterías de altares propios, con pan de oro de miles de quilates, ocasionalmente extraído en minas ajenas.
Un mundo de no pocas historietas con ínfulas de historias, colmado de puestos de feria con altavoces que apagan la voz de la realidad, de música social con partituras bocabajo en los atriles, de aplauda y sálvese quien pueda, de silencio enmascarado, de oídos doblemente sordos, de prudencia imprudente, de fracasos disfrazados de éxitos, de brújulas imantadas, de egolatría, de aplausos, loas, rendibúes…Un mundo excedido de egos y falto del nosotros, abrazado a una nueva 'Ilustración', pero sin atreverse a pensar, que fomenta o permite que músicos, compositores incluidos, se sirvan de la música en lugar de servirla, lejos de envanecimientos, sin suplantarla.
Por suerte existen modelos de generosa admiración y respeto a la evidencia, como le ocurrió a Mozart que al oír una obra de Bach exclamó fuera de sí: «¿¡Qué es esto!?». ¡Lo que daría un músico por esta pregunta con admiración, pronunciada por el autor de 'La flauta mágica'! ¡Y pensar que Juan Sebastián Bach conoció el olvido durante un largo siglo, que al arrasar el cementerio donde descansaban sus restos, desapareció su tumba, o que su viuda Ana María Magdalena murió en la miseria! Creo que a Juan Sebastián le apetecería que hablásemos de algún defecto suyo. Era humano. Es conocida la anécdota del organista de Santo Tomás de Leipzig, no se sabe si Grähner o Görner, que estaba ensayando una obra al órgano en presencia del maestro.
Repentinamente sonó un acorde mal tocado, y Bach, sin control, tiró de su peluca y la lanzó a la cara del organista gritando: «un zapatero remendón es lo que tú merecías haber sido». ¿Quién no sufre arrebatos incontrolados? En la necrológica se resaltó su «gran honestidad hacia Dios y hacia sus semejantes», de espaldas a la vanidad, y su indulgente humanidad para con los otros; ni engreído por su música ni soberbio por la fama. «Jamás hizo alarde de sus sentimientos de superioridad sobre los demás músicos de su tiempo». Cuando en una ocasión ensalzaron su virtuosismo en el órgano, respondió: «No hay en ello nada de admirable; no hay más que tocar la tecla justa en el momento justo, y el instrumento se encarga de tocar por sí solo». ¡Cuánto 'ego'!, ¿verdad? ¡Y cómo nos acosa! Dice el musicólogo Philipp Spitta: «Toda su manera de apreciar la vida descansaba sobre un sentido de religiosidad que no era el fruto de grandes luchas interiores, sino algo innato y natural».
Y ahora la 'quasi fantasia' que tenía pensada hace muchos años. Juan Sebastián, dile a Dios que mis torpezas musicales y desafines son asuntos sin importancia. Y que cuando me llegue la hora necesitarás más ayudantes para tus conciertos. Por ejemplo: pasar las páginas, colocar las partituras en los atriles, editar los programas de mano, preparar los salones, reservar asientos, ejercer de acomodador de sala… Dios es Dios, y a veces le gusta hacerse rogar. Pero como eres eterno compositor residente no le quedará más remedio que escucharte. ¡Qué haría el buen Dios si enfermases! El Cielo sin tu música parecería una celestial campana neumática. Y no estaría bien. Pienso.
Ponte de acuerdo con Mozart y Beethoven para que no te sustituyan si necesitases la baja por agotamiento. Te recuerdo que están desbordados de trabajo. Beethoven, no sólo es el traductor de los humanos cuando hablan con Dios, también no cesa de dirigir su 'Oda' schilleriana, sin frívola alegría. Me llevo bien con él a pesar de su mal carácter. Mozart tiene pluriempleo en los innumerables salones del Paraíso. También los genios se agotan.
¡Ah!, se me olvidaba: en el supuesto de que me impidan entrar, consigue que al menos me autoricen a quedarme en el vestíbulo. Estoy dispuesto a cantar «Gottes Zeit ist die allerbeste Zeit» –«El tiempo de Dios es el mejor de todos»– ('Actus Tragicus'). Bueno, lo que se dice cantar, no; sí tararear. Se me ocurre la siguiente idea: ¿y si me dejaran pasar discretamente cuando interpretaras tu transfigurado Coral 'Comparezco aquí ante Tu trono', con el que fuiste recibido en la Gloria? Dios no lo advertiría. Te prometo que volvería a mi lugar, finalizado el concierto. ¿Imaginación pueril? En efecto. ¿Algún problema? A propósito, supongo que te enterarías de que tu 'Misa en si menor' fue declarada Patrimonio de la Humanidad. ¡Pero si es Patrimonio de la Divinidad! Cosas de humanos.
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