Nobel de la paz y la decencia
José García Román
Viernes, 31 de octubre 2025, 22:46
Con pretenciosos ropajes de ni siquiera iluminismo enciclopedista, de obligado pensamiento único e insolente sumisión, la libertad está siendo secuestrada por una maquiavélica falta de ... consideración hacia la ciudadanía honrada. Y todo, al amparo de un progreso con cimientos y materiales de palabras huecas y triviales, en un tiempo de saberes, o como se llamen, no de saber, que es cosa ajena a diplomas, títulos y otras exhibiciones, que de manera taimada se rechaza la libertad de pensamiento tan preciso si anhelamos conocernos de verdad y «hacernos preguntas para poder ser libres y no estar sujetos a los demás», aun cuando finalmente el anhelo quede en una voluntariosa aspiración.
Muy pocos reconocimientos son aplaudidos unánimemente. Referente a la concesión de los Nobel, las adhesiones y discrepancias son inevitables en función de criterios e intereses. Recordemos cuando los nazis 'amenazaron' a la Fundación Nobel si le otorgaban tal distinción a Unamuno. Tuvo que claudicar. El caso más sonado fue el de Sartre cuya carta a la Academia Sueca el 14 de octubre de 1964 renunciando a la candidatura llegó tarde pues ya se había tomado la decisión de darle el premio en septiembre. Y no podía ser rechazado ni revocado. Sí no recibirlo. En su misiva, Sartre rogaba que no lo incluyeran en la lista de nominados, ni entonces ni en el futuro, pues consideraba esta determinación un asunto de principio personal y objetivo, mientras anunciaba que, si fuese elegido, rechazaría el premio. Él declinaba los reconocimientos porque no quería ser «institucionalizado» y con ellos perder su libertad e independencia. Parece que hay donde mirarse.
Es humano tomar aliento en la senda de la vida. E igualmente ejemplar coherencia renunciar al vaso de agua en la sudorosa carrera del reconocimiento. La conciencia manda. Asimismo, según decía Borges, hay derrotas que tienen más decoro que las victorias. Pero, ¿qué derrotas?, ¿qué victorias? ¡Cuántos se fueron de este mundo convencidos de que merecían ciertos honores! ¡Y a tantos otros ni se les pasó por la cabeza!
A los desencuentros de una ciudadanía enviscada se ha unido la concesión del Nobel a María Corina Machado. Así pues, algo de lo peor del ser humano ha vuelto a salir a la luz. Hace dos semanas el Consejo Noruego de la Paz ha decidido no organizar la marcha de las antorchas en desacuerdo con la resolución de la Academia Sueca. Del mismo modo, las firmas de apoyo denunciando que es un premio para fachas han sido protagonistas. No es broma.
Se ha escrito que podrían habérselo concedido a Hitler. ¿Y por qué no a Stalin también? La ofensa es más que diabólica y sonroja el nivel moral e intelectual de cualquier ciudadano íntegro. Supongo que la Academia Sueca habrá tenido en cuenta que dicha señora fue responsable de la aniquilación y, por supuesto, genocidio de seis millones de judíos víctimas de un holocausto promovido por el hitleriano 'Nationalsozialismus', en un siglo de estanterías repletas de 'filosofía'. Ignoro cómo habrán conseguido evaluar los seis campos de exterminio, a cinco mil vidas diarias –niños, mujeres, hombres y ancianos–, gaseadas y horneadas. No han escaseado puestas en escena de amplia variedad con la descarada intención de dar la espalda a crímenes emanados del terror y el terrorismo. Quizás habría que releer determinados capítulos de 'Mi lucha' para comprobar que, con diversas variantes, los extremos se tocan. Hitler escribió que habría que disponer de «un vasto sector de la masa, de orientación más emocional que racional». Da la impresión de que no está tan ausente, aparentemente.
Respecto a la situación que sufren Venezuela y otros países similares, poco o nada que decir. Afonía mental en una ejemplar 'democracia' que respeta la voluntad del pueblo en urnas más que 'transparentes', aunque ocultas por decreto, y obviamente inexistencia de exiliados, presentes y ausentes, a los que se rinde sentido y profundo homenaje con silencios vivos y heroicos.
La realidad es que María Corina Machado está oculta, prisionera de su propia ética y armada de valor, entre mutismos extraordinariamente 'democráticos' y defensivos, asumiendo toda clase de riesgos, pérdida de su vida incluida; y que en algunos, desde una 'comprometida' y sonrojante ambigüedad, provoca reparo pronunciar su nombre o valorar su actitud –en el mejor de los casos–, vergüenza para los principios éticos pregonados en tribunas que han asignado al temor la dignidad de progreso y proclamar una paz a horma y medida de quienes deciden, sin duda democráticamente, pese a que controlen las urnas si las hay. Los enemigos de la paz siempre están en guerra. No basta que haya pacíficos ofreciendo sus vidas por un mundo sociable, para después elevarlos a los altares embellecidos con el pan de oro de la hipocresía. La paz tiene un precio: sin 'dientes' no puede haberla. Lo fácil es ser numantinos con aeropuerto, al decir de Manuel Azaña.
El Nobel concedido a María Corina, compartido con su pueblo amordazado, es una recompensa por el dolor moral, las humillaciones y los silencios locuaces, tan sonrojantes y sorprendentes. Y con la obligada discreción de una parte de la ciudadanía asediada por la tortura y el asesinato, humillada, asordinada, amordazada, bajo vigilancia intensiva, con el apoyo y ánimo del muy democrático Helicoide, sometida a la irracionalidad del peor de los insultos, como es triturar la probidad y la decencia. Mi felicitación a María Corina Machado por el Nobel de la Paz, con el deseo de que la paz vuelva a ser guía de los venezolanos de mirada limpia.
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