Manual de decencia
El horizonte mundial parece que se está oscureciendo en exceso y las alarmas comienzan a sonar despertándonos de ensoñaciones que se fían de la condición humana y, lo que es peor, de la inhumana, representada por marionetas demoníacas ansiosas de seguir abriendo zanjas
José García Román
Viernes, 21 de febrero 2025, 22:57
La decencia es columna vertebral de pueblos y naciones, y virtud esencial para las auténticas democracias aunque sean aspiraciones como nuestras vidas. Es el verdadero ... poder moral de una sociedad realmente consistente y cohesionada, con normas de obligado y respetuoso cumplimiento. Hay virtudes que son inherentes a la civilización: la decencia por ejemplo, potente fuerza que nos impulsa a luchar por alcanzar el máximo trofeo, la resistente energía al objeto de vigorizar debilidades, el estímulo que nos acompaña en los despertares de cada día con flamantes esperanzas, el alimento para crecer cual dignos ciudadanos, el coraje para no hibernar, las vitaminas para el cuerpo social.
El horizonte mundial parece que se está oscureciendo en exceso y las alarmas comienzan a sonar despertándonos de ensoñaciones que se fían de la condición humana y, lo que es peor, de la inhumana, representada por marionetas demoníacas ansiosas de seguir abriendo zanjas. Y el poderío filosófico, musical, poético, político… queda noqueado repitiéndose como disco rayado, para después de la aniquilación organizar una nueva Conferencia de Yalta a orillas de un mar Negro más ennegrecido, con el Stalin, Churchill y Roosevelt de entonces, acompañados de estelares jefes de gobierno para firmar el 'reparto' acompañado de una guerra 'helada' y el 'entretenimiento' de la tiranía alimentada por la llama de odios tutelados por estructuras políticas en las que ondeen provocadoras banderas de supuesta paz y concordia, propias de una farsa. Volverán a repetirse escenas, ceremonias, declaraciones, homenajes, mientras el aire clama «¡qué solos se quedan los muertos!» (Bécquer), con el fin de retornar a «las mismas guerras, los mismos tiranos, las mismas banderas, siempre de la misma manera» (León Felipe).
La palabra vocinglera es el argumento principal de una 'razón' asaltada por la sinrazón al amparo de silencios acomodaticios ante poderes omnímodos, ajenos a las conflagraciones de anteayer con millones de muertos inocentes. Y todo para descubrir un mundo ya descubierto, sin contrapesos, de oscuros negocios a plena luz, de retorcidos derechos humanos, por no decir inhumanos, sembrado de sepulturas anónimas regadas con sangre y privadas de compasión y lágrimas. Igual ocurre con los tiranos, algunos tan 'tolerados', que ni siquiera respetan las urnas y además son aplaudidos y reverenciados por quienes se convierten en alfombras humanas. Las urnas, por muy democráticas que sean, pueden llegar a ser una trampa de efectos trágicos. Se ha visto en el pasado y se está viendo en el presente. Una sociedad 'sana', dependiendo del ideólogo 'médico' de turno, suele sufrir derrumbes inesperados aun cuando hayan sido anunciados durante años. Los confines democráticos han de ser observados noche y día, y según los nubarrones actuar en consecuencia. Los huracanes y las tempestades avisan. El cielo democrático no se encapota súbitamente. En vísperas de grandes y violentos conflictos se bailaba, se bebía, se disfrutaba aunque el horizonte anunciara tragedia, pero prevalecía aquel dicho antiguo de «comamos y bebamos que mañana moriremos». Sabemos el final de esta película. Mejor que no nos la proyecten.
Necesitamos espejos en las instituciones políticas, laborales y sociales donde mirarnos, y por supuesto en quienes tienen el deber moral de conducirnos de forma fiable y ejemplar como corresponde a servidores públicos o líderes intelectuales; espejos que sean vivos manuales de decencia. Precisamos confianza en vuelos con más que peligrosas turbulencias. No es suficiente el aviso «abróchense los cinturones» sin que sepamos qué sucede en la cabina de los pilotos. No todos los 'viajeros' se sienten seguros en tales circunstancias, quizás porque no disponen de paracaídas. Las fieras batallas de ayer, la derrota por el 'General Invierno' o el desembarco de Normandía, pasaron a la historia. Hiroshima y Nagasaki lo certificaron aquel agosto de 1945. Hoy la valentía y cobardía se refugian en un maletín nuclear que puede ser manipulado en nombre de una 'paz' criminal, pese a que implique la muerte de millones de humanos y también de animales y paisajes.
Es comprensible que la ciudadanía agobiada por imposturas, circunloquios ininteligibles, ristras de palabras inconexas, ausencias presentes o presencias ausentes, harta de insoportables tensiones e inclemencias de la atmósfera humana y de carencia de empatía, se aparte del 'camino' aislándose en su cabaña para continuar escribiendo el diario de su vida. Hibernar no sólo es un derecho. A veces es un deber de subsistencia a modo de lucha casi heroica contra los 'amos' del mundo, amigos de enarbolar banderas de 'paz'. Pero hibernar no significa aislarse de la civilización. No. Es huir de lo que genere estéril angustia y preocupación, y fomente privaciones de estímulos esenciales que consigan reponer fuerzas y despejar nubes del propio panorama. La campana neumática en ocasiones es recomendable para revisar en profundidad el manual de decencia.
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