Intelectuales de crucero
No hay intelectual sin compromiso social y moral, pese a que esté rodeado de títulos, honores y focos mediáticos
José García Román
Sábado, 17 de junio 2023, 00:02
Las alabanzas abren el desfile de vanidades y lo cierran los vilipendios. Saben muy bien las lumbreras del discernimiento que se llevarán a la tumba ... una colección de vituperios a modo de gusanos para fastidiarles el descanso en paz. Y además que la umbría del olvido marchitará yerbajos con pretensiones de secuoyas. El genuino intelectual asume la descomposición de su cadáver o el fuego del horno crematorio porque sabe que, tras la prueba del crisol, el metal preciado del mérito y la virtud quedará liberado de la mena que ocultaba tales destellos.
¿Qué es un verdadero intelectual? No consigo una respuesta que me satisfaga, pues no es fácil definirlo al tratarse de un concepto exigente gracias al conjunto de cualidades que alberga, no todas vinculadas con la genialidad, aunque en casos excepcionales coincidan. Me pregunto nuevamente qué es un auténtico intelectual: ¿Un investigador de primer nivel?, ¿un pensador de cabeza privilegiada?, ¿un personaje encumbrado con títulos y premios internacionales?, ¿un artista distinguido?, ¿un escritor laureado…? Sí tengo claro que no hay intelectual sin compromiso social y moral, pese a que esté rodeado de títulos, honores y focos mediáticos. Ser inteligente no implica ser un intelectual. No obstante, ser un intelectual supone ser inteligente.
'Memoria, reflexión y análisis' es trilogía imprescindible si se desea llegar al conocimiento de la verdad o las verdades, y detectar los omnipresentes silogismos falsos que adormecen o turban nuestra mente. Dicha trilogía va de la mano de saber escuchar: ejercicio constante en la búsqueda de la luz y el destierro de la oscuridad. Son tres medios que persiguen conseguir una mayor adaptación en la más que difícil tarea de la visión positiva de la vida, que exige empatía y aceptación sosegada del pesimismo que provoca la realidad. 'Memoria, reflexión y análisis' para incrementar la capacidad de razonar y comprender, y «proponer e innovar a través de ideas y nuevos conceptos» aunque sea desbrozando caminos y veredas, o vallando terrenos del escepticismo. Esto conducirá a una paz interior sin rencores solapados, a una conversación de mirada serena, dedicando los 'dientes' exclusivamente a su función de masticar.
Estamos faltos de juicio crítico y comprometido que desenmascare falacias y medias verdades, que denuncie retaguardias disfrazadas de vanguardias, mentiras caracterizadas de certidumbres, reaccionarios camuflados de progresistas. Solamente la verdad puede gritar, mas no lo hace ni siquiera al recordarnos que la dignidad intelectual no la concede nadie ya que surge en quienes tienen el valor y la congruencia de renunciar a los señuelos de sirena y asumir lo que simboliza la condición humana, tantas veces inhumana o al borde de lo inhumano, y aceptar la intemperie antes que traicionar los principios éticos.
Un intelectual es dique necesario frente a las aguas desmadradas, antídoto contra la corrupción y aliado de la 'Justicia' sin apellidos
El ser humano es 'hipócrita', cuya etimología griega nos dice que su primer significado es el de 'actor', y el actor es fiel al texto aprendido. Cuando él lo manipula, el apuntador ordena de muchas maneras el 'mutis por el foro'. En cambio, el intelectual sólo representa el papel que él elige, sin apuntador. Y el 'mutis' lo decide él mismo cuando lo estima oportuno. Sabemos que el tiempo recompensará a quienes hayan luchado no precisamente por un ilusorio lugar en la posteridad sino por elevar nuestra dignidad.
Uno de los intelectuales de nuestro tiempo, George Steiner, sabedor de «haber dejado de hacer muchas cosas importantes en la vida», a sus 88 años manifestó: «Estoy asqueado por la educación escolar de hoy, que es una fábrica de incultos y que no respeta la memoria». Palabra que, unida al adjetivo 'histórica', actualmente es humillada por un sector de la política impidiendo que las aguas de unos hechos recorran libremente los surcos de los libros de nuestra historia, sin cortocircuitar conexiones que generen demencias confundiendo imaginaciones con realidades. Es natural que el egregio profesor Steiner, políglota conocedor de la situación, dijera: «Hay una enorme abdicación de la política. La política pierde terreno en todo el mundo, la gente ya no cree en ella y eso es muy peligroso». No estaría de más que se recordase a diario en las cámaras de la Nación española al tiempo que se invita a ahuyentar insolencias y guardar silencio, una vez enviados los aplausos de vacaciones, tan necesitados de estas.
Si un intelectual comprende «los errores y las esperanzas rotas», sienta cátedra de humanismo y humildad arrasando toda planta de vanidad, es maestro en el estudio y la observación crítica de la realidad, y ayuda indispensable a la hora de pasar de una a otra orilla de los ríos de la vida ofreciendo su barca, sus brazos, sus ánimos, es también prestigio de nuestra especie necesitada de amplios horizontes en sus afanes de transformar nuestro mundo. Un intelectual es dique necesario frente a las aguas desmadradas, antídoto contra la corrupción y aliado de la 'Justicia' sin apellidos. Y su autoridad radica en la coherencia. En virtud de lo cual, los 'cruceros' del intelectual –en barquitos de papel– son impulsados por la brisa del decoro y el pensamiento honrado.
Debido a su excepcional rigor moral impresiona la conmovedora respuesta de Sócrates cuando alguien le dijo que los treinta tiranos lo habían condenado a muerte: «Y a ellos la naturaleza». Que Sócrates, Séneca y Montaigne fueron tres excelsos intelectuales no me cabe la menor duda, porque eran meridianamente conscientes del recto sentido de 'vivir' y de que el silencio se muestra más elocuente en la ciudad de los sepulcros donde toda ambición se deshace como hielo al sol. ¿Se considera usted un intelectual?
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