El Festival de Granada
Poliedro de arte y emoción, transforma a Granada cada verano, realza sus fortalezas y derriba 'muros' de apariencias
José García Román
Viernes, 14 de junio 2024, 23:03
Eran tiempos de discos de vinilo, agujas misteriosas y altavoces que nos transmitían música austera, sin maquillajes. Gracias a Archiv, Deutsche Gramophon, Philips, Hispavox, DECCA, ... EMI… coleccionábamos la música preferida y los intérpretes más celebrados. El Festival ya tenía un curriculum admirado internacionalmente.
Aunque en Granada se organizaban ciclos de cámara y solistas de prestigio, los conciertos sinfónicos comenzaron a celebrarse en el Palacio de Carlos V en 1883 con motivo de las Fiestas del Corpus, que ofrecían la oportunidad de acercarse al cosmos de la orquesta. Son conocidas las personalidades y circunstancias que hicieron posible que el Festival de Música y Danza surgiera en junio de 1952: uno de los milagros culturales de la Granada del siglo XX. En el preludio al I Festival, Federico Sopeña decía: «Nace de la necesidad de escuchar música de otra manera». El baile flamenco de la pareja artística Rosario y Antonio, Ataúlfo Argenta al frente de la Orquesta Nacional de España, Coros y Danzas y Andrés Segovia conformaron la primera edición. El periódico 'La Actualidad Española' del verano de 1953 proclamaba: «Granada, nuevo Salzburgo Español».
Todavía se recuerda la batuta de 'oro' de Ataúlfo Argenta. –¡Qué gran pérdida sufrió la música española con su prematura muerte!–. Asimismo tengo presente la hierática imagen de Herbert von Karajan –un dios del Olimpo musical de aquellos años– y lo que significó para Granada la venida de la Filarmónica de Berlín en 1973, cuya puesta en escena, acompañada de un silencio que nunca he percibido en el Palacio minutos antes de la entrada del director, no he olvidado. Evidentemente, uno de los hitos de la historia del Festival. Igual que el estreno español de la 'Octava Sinfonía' de Gustav Mahler en 1970, los excepcionales intérpretes o la promoción de la música llamada contemporánea. Hoy las temporadas de conciertos, de ópera y danza en bastantes ciudades españolas están muy cerca de ser programas de festivales desarrollados durante el año.
Los Cursos Manuel de Falla ampliaron horizontes de la interpretación y estética musicales, y despejaron incertidumbres. Recuerdo que Enrique Gámez, entonces director del Festival, al comentarle las dudas que sobrevuelan frecuentemente el campo de la composición, trajo a mi memoria esta respuesta de Mahler: «Mi tiempo aún no ha llegado». Un aviso a famas caducas y sueños de posteridades; a impaciencias de éxitos y reconocimientos. El tiempo suele hacerse esperar y cuando llega es para quedarse.
El concepto 'internacional' se ha devaluado en exceso al adentrarse en la publicidad de medio mundo. Pero el Festival de Granada es universal, pues la música y la danza se crecen en lugares deslumbrantes como el Palacio de Carlos V, los patios de la Alhambra, el Generalife, la Catedral, la Capilla Real, el Monasterio de San Jerónimo y otros recintos, y en espacios arrebatadores de verdor y cautivadores belbederes.
El Festival, poliedro de arte y emoción, transforma a Granada cada verano, realza sus fortalezas y derriba 'muros' de apariencias. Y está de acuerdo con Cicerón en que intimar con la naturaleza genera arte. Es auténtico pilar de la cultura de Granada, distante de la internacionalidad pues es 'centro del mundo'. Muchos granadinos enamorados de su tierra han luchado, luchan y seguirán luchando por engrandecerla en conocimientos, música y arte generosamente, sin nada a cambio. No extraña que en las noches de clausura del Festival, con nostalgia anticipada, se advierta que lo mejor está por venir.
Granada se ha habituado a la música y danza de alto nivel, sabe estar en los conciertos y sesiones de ballet, y respeta ejemplarmente las normas establecidas. En estos días la 'excepcionalidad' exige imaginación, poderío económico y patrocinios acordes con los objetivos culturales de nuestra Ciudad.
«Granada devuelve equilibrios y alza espíritus a sus cumbres», dice Carlos Bosch en sus 'Anales de música'. Y añade: «El paisaje de Interlaken (entre lagos) seduce por convicción, el de Granada convence por seducción». Épocas pretéritas. A pesar de todo, el paisaje de Granada no cesa de imprimir carácter en quienes lo contemplan con fascinación porque la apariencia fue transformada en esencia. El virtuoso pianista y compositor Leopold Godowsky, director de la Escuela de Piano de la Academia Imperial de Música de Viena, dijo que dicha ciudad tenía alma. Granada también. Y además es espíritu hecho «naturaleza deslumbrante». Para entenderlo adecuadamente hay que desprenderse de autolatrías y narcisismos, clavar la mirada en Sierra Nevada y descubrirnos ante ella del mismo modo que cierto día hiciese Manuel de Falla a la salida del granadino Carmen del Ave María. Granada ha brillado a los largo de los siglos y ahora le corresponde desde una luminosa 'madurez' sobrecoger por su reconquistada «belleza desmesurada», no románticamente como le sucediera a Stendhal en su viaje a Florencia, sino de forma espiritual, intelectual y sensitiva. Hasta que «nos haga daño»
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