Nada esperes, nada temas
Importa lo que declaramos ser y lo que verdaderamente somos. La Filosofía no concede honores, sí orienta para obtener el honor de mirar de frente
José García Román
Viernes, 22 de marzo 2024, 23:06
Estamos viviendo días faltos de aliento y sosiego en los que la esperanza amanece mustia cual flor en su ocaso, sobrados de inquietud y emergencia, ... en un ambiente de intranquilidades y preocupaciones que provocan nerviosismos que afectan seriamente a la salud de gran parte de la ciudadanía. ¡Como si no tuviésemos suficientes problemas personales! Desde la racionalidad y frente al espejo de la propia ética, no es fácil entender la desconcertante situación que sufrimos hoy con la 'política', especialmente la separatista, que ha conseguido que salten las alarmas de la España constitucional y con ellas las de personalidades no sospechosas de parcialidad. El sentimiento de angustia genera inestabilidad y pérdida de lucidez, y no se ahuyenta con palabras enmascaradas, sino con actitudes a plena luz. Necesitamos coherencia, calma y pacificación, y que las preguntas en sede parlamentaria sean respondidas por decoro y respeto a la ciudadanía decente, aun cuando debamos aceptar con el estímulo de la esperanza más confortante el cinturón apretado de la economía doméstica. Precisamos ya descansar sin pesadillas ni sobresaltos.
He vuelto a leer la joya de Severino Boecio, 'La consolación de la Filosofía': un manual de «razones para vivir», a pesar del desaliento ante el peor horizonte negro de su vida que le condujo a ser ejecutado. Un pequeño «libro de oro» de máximos quilates, escrito por un sabio que consiguió encontrar la sabiduría en los momentos más aciagos, con acusaciones falsas y la omnipresente miseria humana. Libro de un conocedor de la humanidad que luchó por la dignidad de ella dialogando con la dama Filosofía y escuchando la voz de la conciencia, impulsado por la búsqueda de la luz que ha alumbrado durante siglos. Una luz que podría resumirse en estas palabras de la Doctora Teresa de Ávila: «Nada te turbe, nada te espante…».
Boecio deja sin argumentos a orgullosos de su talento y a quienes lo añoran, porque temprano o tarde a todos llega la 'desgracia', la 'depresión', el 'destierro'; pues la tierra no es nuestra, somos tierra y de paso, y por mucha escenografía y sueños que montemos en las galas del cine humano con sus alfombras rojas, la caída en el ineludible precipicio de la vida, por muy afortunada que sea, está asegurada. ¡Ojo con la Fortuna y su rueda! Los favorecidos mutan en desfavorecidos, los favores acaban perdiéndose, como se pierden los que los propician con el préstamo de la 'fortuna'.
Condenado a muerte por el rey ostrogodo Teodorico 'el grande', murió apaleado en la cárcel de Pavía. De envidiable memoria cuya ingente biblioteca cabía en su cabeza, en la insoportable espera escribió un libro destinado a maestros del pensamiento, del verdadero saber, de la vida. Y lo logró: ni antiguo, ni moderno ni posmoderno… Es «su testamento político, moral y espiritual» (Pedro Rodríguez Santidrián) en el que armoniza el mejor pensamiento clásico y se enfrenta a todo aire bárbaro arrasador de valores, a la vez que advierte que nadie se libra del sufrimiento por muy (auto)encumbrado que se esté. Y una medicina al alcance de muchos. Y según indica la dama Filosofía: «Si buscas la ayuda del médico, será menester que descubras la herida».
Este pequeño (gran) libro fulmina miles de páginas de pretenciosos saberes. Es «libro de cabecera» para quienes anhelan liberarse de cadenas de supuestos metales preciosos, de fantasías con existencia de llama de vela. Libro de ayer, escrito 'hoy' para hoy, mañana y siempre; lúcido aunque la ceguera humana no quiera la medicina que devuelve la salud en forma de sosiego, sin temores al peor mal: ser 'ajusticiado' por la omnipresente tiranía. Un libro que avisa de los otoños anticipados o inesperados: «Se echó encima la no esperada ancianidad / y el dolor se apoderó de mis días», incluidos los encumbrados. Un libro para desengañados y destrozados por la droga del poder, de la fama, la demagogia, la mentira, la usura y la riqueza. Le dijo la 'amante de la sabiduría': «Te dimos tales armas que, de no haberlas tú arrojado, te habrían mantenido invicto».
A través de Boecio la dama Filosofía nos dice: «Estoy interesada en el anaquel de tu alma en el que en otro tiempo deposité no libros, sino lo que les da valor: la filosofía o las ideas que contienen». Ideas que reconvienen diciendo: «Piensas que los corruptos y poderosos son felices». Una felicidad que en la desorientación final, con candil titubeante, ya habrá olvidado cuándo, dónde, cómo y de quiénes fue compañera. «¿Estimas realmente digna una felicidad llamada a desaparecer?», pregunta la dama Filosofía a Boecio. Y le recuerda que si fuesen suyas las riquezas que lamenta haber perdido, jamás las habría perdido. «¿Qué más da, en consecuencia, que al morir abandones la fortuna o que ella te deje, huyendo de ti?».
Insiste Boecio en que nadie le apartó de la justicia nunca. Y añade: «No puedo ocultar la verdad ni consentir la mentira». ¿Hay mayor 'progreso' que esto? Con tal percepción la condena a muerte o el exilio son nada. Cuando nos alejan o nos expulsan, somos nosotros los que nos alejamos o expulsamos. ¿Temer al exilio? ¿Por qué? Mejor ponernos «al abrigo de sus muros y sus fosos», invoca la Filosofía. Importa lo que declaramos ser y lo que verdaderamente somos. La Filosofía no concede honores, sí orienta para obtener el honor de mirar de frente «dejando desarmado e impotente a tu enemigo». Y el camino es este: «Nada esperes, nada temas».
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