Reconciliar… nos
Asistimos a la llamada 'polarización' de la sociedad española, como reflejo de lo que está ocurriendo en todo el mundo con esa ola ultra y populista que se ha apoderado, no sólo de la política, sino de la vida civil en Occidente
José Ferrer Sánchez
Miércoles, 24 de septiembre 2025, 23:12
La Constitución de Cádiz de 1812, llamada 'la Pepa' porque se aprobó un 19 de marzo día de San José, establecía en su artículo 6 ... la obligación de los españoles de «ser justos y benéficos como una virtud cívica, junto al amor a la patria·. La RAE entiende el término 'benéfico' como persona que hace el bien. Aunque visto desde la actualidad tal pretensión pueda parecer ilusa o ingenua, no me desagrada el término en absoluto, la inclusión de este deber de ser benéfico entronca con autores clásicos como Cicerón, que enfatiza la importancia de esa conducta ética para la sociedad.
Asistimos, ya no perplejos pero sí con una tristeza y pesadumbre infinita, a la llamada 'polarización' de la sociedad española, como reflejo de lo que está ocurriendo en todo el mundo con esa ola ultra y populista que se ha apoderado, no sólo de la política, sino de la vida civil en Occidente, afectando, y quizás ustedes lo estén viviendo como yo, a las relaciones interpersonales con la familia, amigos y compañeros. Vemos día sí y otro también como, por estrategias electorales, por mantenerse en el poder, por poder, por dinero o por denostar al adversario, que nunca debe ser enemigo, se miente, se exagera, se insulta. Parece que nunca la mentira ha sido tan barata, por favor no se dejen engañar, los que practican el odio, la mentira y la desinformación no pueden ostentar ningún cargo representativo, es incompatible con la democracia. La reconciliación, 'coser' España es una necesidad social impostergable que debe trascender la mera contienda entre partidos y liderazgos para convertirse en un proyecto común y transversal, la crispación y el enfrentamiento se han enquistado en la cultura política y sociedad española, dificultando los pactos y la regeneración institucional y dañando la confianza ciudadana.
La reconciliación, ahora más que nunca, es un reto democrático y un proceso que exige valentía intelectual y ética pública. Los que gobiernan deben volver a ser responsables que no siempre culpables, y asumir que están al servicio de los ciudadanos; el diálogo y la búsqueda de puntos de encuentro son fundamentales para restaurar el tejido cívico, especialmente tras años de polarización y debates identitarios e ideológicos agudos y a veces estériles, los líderes políticos deben asumir la responsabilidad de promover consensos y devolver protagonismo a la sociedad civil lejos de posiciones sectarias. Hay factores que obstaculizan la reconciliación como la instrumentalización partidista de los grandes temas nacionales y locales, el populismo retórico y la incapacidad para asumir errores pasados sin caer en revisionismos extremos. Es imprescindible una autocrítica institucional y un regreso a la política deliberativa, donde las diferencias no se conviertan en enemistades irreconciliables, sino en oportunidades para construir una democracia más madura y eficaz, aquellos que aspiran a gobernar deberán esperar y respetar los tiempos democráticos y el Gobierno debe tomar la iniciativa. El Plan de Acción por la Democracia presentado por el Gobierno actual puede ser el principio. Para avanzar hacia la reconciliación se debe incluir propuestas orientadas a la educación cívica, la transparencia y la lucha activa contra la desinformación dónde el papel de los medios fomentando un periodismo comprometido con la convivencia y la veracidad es fundamental, a la vez que recuperar la función del diálogo parlamentario y local como motores de acuerdos mínimos que permitan superar el bloqueo y avanzar en políticas públicas de interés común. Desmontar la desinformación es desarmar el odio; la verdad es nuestro mejor antídoto.
El marco para esta reconciliación es, debe ser, nuestra Constitución y los Derechos Humanos, ahí estarán todos los que quieran estar. Precisamente, el artículo uno de la Declaración de los Derechos Humanos habla de una palabra, denostada por cierta izquierda y poco practicada en general y que es esencial para la reconciliación, la fraternidad, es más indica ese artículo que todos los seres humanos «deben comportarse fraternalmente los unos con los otros», que ya recogía el lema de la revolución francesa con aquello de 'igualdad, libertad y fraternidad'. La reconciliación política/social y la fraternidad están íntimamente vinculadas, ya que la verdadera reconciliación solo puede cimentarse en una visión fraterna de la sociedad, donde el adversario se reconoce como un igual digno de respeto y en el que la convivencia y la diversidad se ven como riquezas y no como amenazas. La fraternidad, entendida como lazos de solidaridad y respeto mutuo más allá de identidades partidistas o diferencias históricas, es la base ética que debe animar todo proceso de reconciliación real. En la doctrina social y en el debate público español, la fraternidad implica buscar con sinceridad el consenso, cultivar el perdón y reforzar la idea de que solo un proyecto general colectivo, donde todos tengan cabida, puede superar el ciclo de la polarización. Así, una reconciliación genuina necesita fraternidad política, reconocer la dignidad de toda persona, fomentar el encuentro y rechazar la violencia o el sectarismo, ya sea explícito o latente en la vida institucional y social sin deshumanizar al otro, al diferente o al débil, por lo tanto humanizar las relaciones políticas y sociales.
La reconciliación en la política y la sociedad española no es solo deseable, sino imprescindible para afrontar los grandes retos contemporáneos: la gobernabilidad, la cohesión social y la restauración de la confianza institucional, los retos climáticos y crisis humanitarias como la producida en el genocidio de Gaza, en la guerra de Ucrania y otros conflictos que se cobran vidas y destrozan generaciones. Solo mediante una renovación ética, el abandono de la retórica del odio y el refuerzo de los puentes entre sensibilidades podremos reconstruir un espacio político realmente plural y democrático. Es vital y esencial la necesidad de abandonar los discursos de exclusión y odio para construir puentes desde la comprensión profunda del otro y la voluntad de vivir juntos en la pluralidad. Sin fraternidad, la reconciliación se queda en un simple acuerdo superficial, insuficiente para sostener la cohesión social tras conflictos prolongados o divisiones sistémicas.
La experiencia democrática española demuestra que, cuando los consensos prevalecen y la voluntad de acuerdo es sincera, los logros colectivos son posibles y duraderos. La historia reciente muestra ejemplos positivos: los grandes pactos de la Transición, la convivencia entre autonomías y la madurez de la sociedad civil en momentos de desafío. Hoy, las instituciones y la ciudadanía tienen ante sí el reto de renovar esos puentes, fortalecer el espíritu fraterno y apostar por la convivencia y el diálogo como herramientas de progreso.
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