José Daza Fernández, decano de los republicanos granadinos
Tribuna ·
Vivió bajo el código de la lealtad, sobre todo a su conciencia, lo que le permitió ser siempre, libre, independiente por convicción y por naturalezaJOSÉ ANTONIO GARCÍA LÓPEZ
Viernes, 24 de julio 2020, 00:23
Hay figuras que es preciso rescatar del olvido. Tal es el caso de José Daza Fernández, nacido en 1856 en Asquerosa, hoy Valderrubio. Debió ser ... uno de aquellos campesinos instruidos que, según José Mora Guarnido, «al llegar a su casa tras las tareas diarias se sentaban a leer malas traducciones de Nietzsche y Tolstói, que después comentaban en las veladas». La mayor parte también eran anarquistas, ácratas, de un rebelde sentimiento de independencia personal.
Además de jornalero y vendedor de granos, arrendó fincas de los terratenientes de la Vega, como el conde de Agrela, y mantuvo excelentes relaciones con los propietarios, entre los que gozaba de sobrada confianza, pues los representó en la defensa del cultivo de la remolacha y en la campaña a favor del libre cultivo del tabaco. Ferviente lector del semanario 'Las Dominicales de Libre Pensamiento', se definió como federal y le parecía la República «no una institución política, sino la propia religión de la verdad».
Inició su actividad política en 1897, al ser nombrado alcalde pedáneo de Valderrubio, entonces anejo de Pinos Puente. Cuando en 1900 Rafael García Duarte fundó la federación obrera La Obra, entre cuyos fines figuraba «el mejoramiento económico y la educación social y política de la clase obrera», Daza fue elegido presidente de la de Valderrubio. También fue miembro de las juntas directivas de las sociedades locales El Amigo de los Pobres y la Sociedad Agrícola Cooperativa La Esperanza. Concejal del Ayuntamiento de Pinos Puente, desde 1902, en diversas etapas, hasta 1934, denunció siempre los abusos de la autoridad municipal ante el gobernador civil. Fue elegido, en 1911, miembro de la junta consultiva nacional del Partido de Unión Republicana, «para aconsejar en los momentos difíciles». Miembro de la junta directiva del Partido Republicano Radical Socialista de Granada, desde 1930, asistió como representante de la agrupación granadina a los congresos nacionales.
En 1900 comenzó a publicar artículos en los periódicos granadinos El Defensor de Granada, La Publicidad y ¡Avante!, en los que denunciaba las injusticias sociales y defendía a los humildes labradores, «a los desheredados de la fortuna y de la justicia; los que con el sudor de su frente todo lo producen y nada disfrutan». En sus artículos recomendaba la impartición de conferencias en los pueblos, defendió la jornada de ocho horas, señaló los «desaciertos de la gavilla de zánganos que nos dirigen», propuso reformas en las fábricas azucareras para evitar el cataclismo al que se vieron precipitadas y hasta explicó la gravedad de las plagas de la remolacha. Era un filósofo rural que soñaba con cambiar gobiernos y constituciones.
En 1932 escribió para El Defensor de Granada una serie de artículos, publicados en la primera página, bajo el epígrafe de 'Palabras de un republicano. Los enemigos de la República', sobre asuntos políticos y sociales palpitantes; el papel de los gobernadores civiles y las organizaciones obreras en materia de reconstrucción nacional; la reforma agraria, y sobre los peligros que corría la República, que el tiempo se encargó de darle la razón. En sus escritos, Daza contagia nobleza, generosidad y coraje. Debió ser uno de esos tipos con los que uno se alistaría en cualquier causa que tuviera que ver con la justicia, con el honor, con la dignidad o con la decencia.
Amigo de Alejandro Lerroux, al que llamó «campeón de la libertad», desde que en 1901 le dirigió una carta felicitándolo por haber sido elegido diputado por Barcelona. No había dirigente republicano que visitara Granada que no fuese recibido en la estación de Andaluces, o en otra anterior, por José Daza, como Julián Besteiro en 1918. Asistió a cuantos homenajes se tributaron en Granada a destacadas figuras, como Niceto Alcalá-Zamora, Nicolás Salmerón o Gregorio Marañón. No había manifestación cuya cabecera no contara con la presencia del correligionario Daza, como la celebrada en 1911, cogido del brazo de Lerroux, para pedir la derogación de la ley de Jurisdicciones, la modificación del Código de Justicia Militar y el apartamiento de toda política de aventuras belicosas en África, entre otras reivindicaciones; o la celebrada en 1917 junto a Fernando de los Ríos con motivo de la Fiesta del Trabajo, o la magna de 1931 con motivo del Centenario de Mariana Pineda. Formó parte de la mesa presidencial de numerosos mítines republicanos y no faltaron las visitas a cuantos gobernadores civiles tomaban posesión de su cargo para ofrecerle sus respetos y exponerle las necesidades del pueblo granadino.
Con porte de labriego andaluz, con arrugas en su frente perfectamente alineadas como los surcos de la tierra arada, de espíritu conciliador y solidario, era un radical de los de cáscara amarga; de nerviosa figura, penetrantes ojos, arrogante y noble actitud, siempre con un periódico plegado en el bolsillo interior de su chaqueta. La prensa lo llamaba «infatigable republicano, que como el fraile de los magiares se halla en todas partes».
Fue víctima de frecuentes detenciones, siempre arbitrarias, particularmente cuando el rey Alfonso XIII acudía de cacería a las fincas del duque de San Pedro de Galatino, en Láchar. Si acaso tenía alguna falta, era su honradez bien probada, el respeto debido a todas las clases sociales, y el amor sano a la libertad, pero nunca traspasó los límites de la legalidad. Curiosamente, en una ocasión el rey manifestó deseo de conocer al señor Daza, y así lo hizo en la estación de Loja. Tuvo la desgracia de perder un hijo en la guerra de África, el heroico sargento Aurelio Daza Rojas, en el detestable cerro de Igueriben. Proclamada la Segunda República y junto a un escogido grupo de republicanos acudió al cementerio de Granada a rendir homenaje a los que no pudieron ver la República, entre ellos Hermenegildo Giner de los Ríos. Ya le había concedido la prensa el apelativo de decano de los republicanos granadinos, con el que se le calificaba en todas las noticias.
Vivió bajo el código de la lealtad, sobre todo a su conciencia, lo que le permitió ser siempre libre, independiente por convicción y por naturaleza, refractario a todo lo que supusiera claudicar en su autonomía de pensamiento. Próximo a los cincuenta alcanzó el punto de sazón, un equilibrio exacto de inteligencia y de pasión; contundente y primoroso; duro con las espuelas y blando con las espigas que diría Lorca. Falleció el mismo día que cumplía 85 años, en 1941, viudo, en su pueblo natal. Sólo quedaba vivo uno de los doce hijos que tuvo de su matrimonio con Josefa Rojas López; el mismo que le dedicó el siguiente epitafio: «De tu inmortal apellido este recuerdo te dedicamos en gratitud a la obra que de ti participamos. Enrique».
José Daza Fernández debió ser uno de esos seres humanos, raros pero no infrecuentes, que al desaparecer del mundo hacen éste menos apasionante.
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