Imposturas intelectuales
José Antonio Cordón
Miércoles, 10 de diciembre 2025, 23:15
Desde que Alan Sokal lograra que una revista académica de gran reputación publicara un artículo deliberadamente incoherente, y que además fuera premiado, el concepto de ' ... impostura intelectual' quedó asociado al fraude disfrazado de rigor. Aquel episodio en realidad puso nombre a una práctica antigua. Mucho antes de que la ciencia se viera tentada por la jerga vacía, la literatura había convertido la impostura en un arte auxiliar, casi en un género. Allí donde el prestigio dependía de la firma, la tentación del fingimiento fue abundante.
El terreno literario ofrecía ventajas evidentes: bastaba un buen oído para el estilo, una prosa convincente y cierto descaro editorial. En ese contexto, algunas imposturas fueron benignas. Francisco Ayala recordó en sus memorias cómo, siendo joven, fundó la revista 'El Gallo'. Pero, falto de colaboradores, él mismo escribió todos los textos y los firmó con nombres distintos.
Muy distinto fue el caso de Rafael Bolívar Coronado, quizá el falsificador más prolífico que conocieron las letras hispánicas del primer tercio del siglo XX. Fue el autor de 'Alma llanera', una zarzuela que termina con un tema que se hizo muy popular: «Yo nací en una ribera del Arauca vibrador…». Exiliado en España, Bolívar trabajó como corrector de pruebas en la revista 'Cervantes', bajo la dirección de Villaespesa. Corregía mal, pero compensaba el defecto introduciendo cuentos y artículos firmados por escritores consagrados que en realidad había escrito él.
La gran obra de Bolívar Coronado, sin embargo, no fue periodística, sino editorial. La casa Maucci se había propuesto compilar lo mejor de la poesía en lengua española en volúmenes dedicados a cada una de las repúblicas americanas. A Bolívar se le confiaron tres antologías: la ecuatoriana, la costarricense y la boliviana. Con una modestia estratégica, declaró que solo se sentía capacitado para la costarricense y una 'Antología de poetas americanos', pero que gestionaría las otras a través de amigos competentes.
Pronto apareció publicado un 'Parnaso ecuatoriano' con su firma, compuesto por sesenta poetas ecuatorianos completamente inventados. Ocurrió lo mismo con el 'Parnaso boliviano', atribuido a un seleccionador ficticio. A esos volúmenes se añadió el 'Parnaso costarricense', que Bolívar sí firmó con su nombre, aunque los autores antologados fueran igualmente imaginarios. No hizo el menor esfuerzo por leer poesía ecuatoriana, boliviana o costarricense: le resultó más sencillo escribir los poemas e inventarse las biografías. Decenas de poetas inexistentes, de épocas diversas, desfilaron por aquellas páginas. Los libros se publicaron y recibieron reseñas entusiastas, todas ellas redactadas, naturalmente, por el propio Bolívar Coronado. En total, Coronado utilizó alrededor de 600 nombres para firmar sus escritos, incluyendo trabajos supuestos de Blanco Fombona, sor Juana Inés de la Cruz, Andrés Eloy Blanco, Andrés Bello, Juan Vicente Gómez, Pío Gil, José Antonio Calcaño y Arturo Uslar Pietri, entre otros.
A diferencia de Sokal, que desmontó una impostura ajena, Bolívar construyó la suya con minuciosidad y perseverancia. No denunció un vacío intelectual: lo llenó con una literatura enteramente apócrifa. Su caso mostró, con una claridad incómoda, que la literatura podía fundamentarse en una convincente educación tipográfica de la mentira.
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