Woke, adiós
Clave sería cierta supremacía moral para permear todos los ámbitos.
José Ángel Marín
Jaén
Lunes, 18 de noviembre 2024, 23:30
La palabrita se las trae. Es inglés, como imaginan. Últimamente suena mucho. Y, para mi sorpresa, hace poco se la oí también a tía Gertrudis. ... La pronunció con ese acento macarrónico con el que algunos nos aventuramos en la lengua de Shakespeare. Me la espetó por teléfono, nada más tener noticia de que Harris se había estrellado en las elecciones norteamericanas.
Tras el batacazo, ella, la señora Harris –comenté a tía Gertrudis-, su vicepresidencia y sus arreos 'woke' recogen velas. Porque allí, cosa curiosa, el que pierde las elecciones se va a su casa. No como aquí, donde el sistema propicia cambalaches. Componendas inimaginables para los votantes. Trapicheos estrafalarios incluso con fuerzas políticas minúsculas que, ante el desespero del perdedor adicto al poder, se frotan las manos.
'Woke' (despierto en inglés), es vocablo originario de Estados Unidos que, inicialmente, daba idea contra el racismo. Pero, después derivó hacia asuntos de género, guerra de sexos y otras quejas de las que hizo bandera el izquierdismo. La cosa viene de Gramsci al ver que la lucha de clases no llevaba a ninguna parte, y optó por la hegemonía cultural como previo a lograr sus fines marxistas. Clave sería cierta supremacía moral para permear todos los ámbitos. Y de ello es tributario el furor político 'progre', el entusiasmo identitario, el feminismo rabioso, la agitación por la orientación sexual y la cancelación de todo cuanto se aparte de ahí.
Tía Gertrudis, que sabe de mi querencia por las vanguardias artísticas, insistió en preguntarme por el 'wokismo' actual, ese que empieza a declinar también en Europa, dado que los milagros 'woke' no llegan. Dije a la tita que, en ciertos ambientes intelectuales, la ideología 'woke' tiene todavía predicamento al enlazar con movimientos concienciados. Aunque en otros casos es pura pose para pillar subvenciones. Creo –añadí- que lo 'woke' es un sucedáneo de aquella moda libertaria y pacifista, conocida como 'hippismo', que hizo fortuna como corriente contracultural en los años 60. Aquel calambrazo social basado en el folk, la psicodelia alucinógena, el rumiar vegano, el animalismo ultramontano, la pelambrera enmarañada y el jabón escaso con obligado pastoreo de lustrosas liendres; todo ello regado de naturismo californiano y salpicado de barniz ecologista. ¿Quién no apostaba entonces por la paz, el amor y la libertad, sobre todo si era de ombligo para abajo?
Este curioso activismo 'woke', del que Errejón, el sanchismo y compañía son emblema, vende un edén social, un jardín de las delicias logrado mediante 'relatos' y estados alterados de conciencia, es decir, inoculando a sus acólitos una sarta de entelequias que, sí, son fotogénicas, pero que en la práctica son un completo fracaso.
Entonces -apostilló tía Gertrudis-, la moda 'woke' está en declive allí donde surgió, pero aquí aún colea. Sí –dije-, y todavía hay quien se la cree en Bruselas, donde la política es harto ideológica y poco pragmática.
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