Sonajero
Por eso da sarpullido la ocurrencia de Bolaños de 'democratizar' la judicatura.
José Ángel Marín
Jaén
Lunes, 19 de mayo 2025, 22:57
Pronto saldrá una nueva hornada de las facultades de Derecho. Con el título bajo el brazo, con ilusión e incertidumbre a partes iguales, muchos graduados ... afrontarán una oposición. Da calor solo pensarlo, pues las oposiciones son una putada y si son a judicatura ni te cuento. Para opositar a jueces y fiscales, primero, hay que armarse de vocación y, luego, hay que apretar las gónadas contra la silla durante el calvario que espera. No nos engañemos, embutirse 329 temas de un programa exhaustivo sobre Constitucional, Civil, Penal, Procesal, Mercantil, Administrativo y Laboral, no es moco de pavo. Pero, tampoco es cosa de superhéroes. La oposición la ganan personas corrientes que perseveran; nada de niños pijos como dice Bolaños.
Sí, las oposiciones a judicatura son duras, quizá de las más exigentes por el enorme temario, la necesidad de memorizar y la entereza de las pruebas. Pero eso garantiza que los futuros jueces tendrán los conocimientos necesarios para hacer bien su trabajo, que consiste en administrar justicia preservando los derechos ciudadanos. Del mismo modo que cuando vamos al hospital queremos que nos atienda un buen cirujano, un médico acreditado, así, igualito, cuando acudimos al jugado. Y eso hay que currárselo. Mucho esfuerzo -me temo-, y lamento contrariar la lógica Teletubbies ahora tan extendida.
Por eso da sarpullido la ocurrencia de Bolaños de 'democratizar' la judicatura. Mosquea esa voluntad suya de convertir la justicia en un sonajero del gobernante. Esa intención manipuladora escama por injustificada y tendenciosa, e indica que el poder se propone jugar también con la justicia. Claro, unos jueces preparados e independientes impiden que los derechos queden a merced de los poderosos. Por eso la independencia judicial siempre estorba y toca las narices al gobernante.
Incorporarse a la carrera judicial, a una función pública que exige alta cualificación jurídica, no es cuestión de simpatía con el que manda, pues en el ejercicio del cargo no hay más patrón que la legalidad vigente. No hay mejor regla democratizadora que la basada en los principios constitucionales de igualdad, mérito y la capacidad. Todo lo demás sobra.
Cierto que el proceso de selección, a veces, puede ser cruel –como es la vida-, pero el actual sistema de acceso es objetivo, transparente y prima el rigor. Claro que el azar cuenta -como en la vida misma-, pero hoy no caben sesgos partidistas. Vamos, que nadie aprueba o suspende por sus tendencias políticas. Por si fuera poco, tras superar los exámenes hay que vadear 11 meses de Escuela Judicial y 7 más de prácticas tuteladas en los juzgados.
Entonces, si el sistema funciona y con mínimos reajustes asegura la profesionalidad de los jueces, ¿para qué los cambios de Bolaños? Pues para controlar a los jueces. Vieja pretensión que intentan los de ahora, intentaron los de antes e intentarán los que vengan. De ahí esta reforma que ya asoma y abre otro roto en nuestro Estado de Derecho.
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